Capítulo 9

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—Son los castigos que debemos llevar a cabo —Armando lo miró limpiando un cáliz con un manutergio blanco bordado con pequeñas cruces. —Si no quiere perder su puesto como sacerdote y ser excomulgado, tiene que hacerlo. Son órdenes de arriba.

Conway admiró a aquel viejo con los puños cerrados. Armando había obtenido una postura muy molesta a su parecer, sus palabras eran frías y parecía ser un hombre de odio, no uno que intenta predicar la paz.

Conway se retiró de la sacristía una vez Armando le tendió una maleta negra donde estaba todo lo que necesitaba para curar a un pecador y algunas sotanas nuevas si las llegase a necesitar como un bono extra. Sus estudios le hacían saber que aquellos métodos se utilizaban en la Santa Inquisición, años atrás y muy lejanos. La forma tan antigua que Armando mantenía era algo que quería negar, pero aquel viejo se veía tan calmado con sus palabras que temió el hacer un reproche o negarse.

No podía ser excomulgado, no después de todos esos años que pasó formándose como un fiel servidor de Dios. Juró el ayudar al prójimo y si esa era una forma de hacerlo, tomaría valor para realizar cualquier trabajo que sus superiores le ordenen.

Por eso, llegó hasta Gustabo ganando de nuevo una mirada seria. El rubio había dejado de llorar y le regaló una sonrisa de agradecimiento que prontamente se borró cuando Conway tomó el látigo y lo estrelló sobre su brazo derecho causándose la primera abertura en su piel.

El grito que dio fue tan alto que Conway propició otro latigazo por inercia sin pensar que causaría otro grito ahogado junto a lágrimas y gemidos de dolor. Miró desde arriba a Gustabo quien se encogió estando en la cama y subió su brazo a sus labios para lamer la herida en busca de un consuelo.

Conway se volvió a la puerta y la cerró, su mente se había nublado. Sus principios parecían haberse enterrado junto a la empatía que tanto predicaba. Ahora sólo lucía como un hipócrita con puños cerrados y sudor resbalando de su piel.

Dio otro simbrón sobre la tela de la bermuda beige del rubio y otro gemido ensordecedor salió de sus labios. El mayor lo miró con los vellos erizados, y después de unos segundos deleitándose con los sonidos de dolor, pareció volver en sí cuando Gustabo se tiró al piso intentando protegerse a lo inútil abrazando sus piernas.

Soltó el látigo y lo miró horrorizado. Su propio miedo a perderlo todo le hizo cometer aquel acto inhumano. Sus rodillas se doblaron y rápidamente tomó las manos de Gustabo para deshacerle el nudo que apresaban sus muñecas.

Sus movimientos eran torpes, se sentía mal, quería tirarse al piso y llorar. Por un tiempo se había convertido en un monstruo y temió el haberse vuelto loco por culpa de su propio miedo.

Una vez lo hubo librado, abrazó el delgado cuerpo que temblaba de miedo y dolor. Los ojos de Gustabo estaban cerrados fuertemente con miedo de volver a escuchar su piel abrirse. Las lágrimas salían de ellos y odió la ida de ser abrazado por el causante de su agonía.

Conway le daba miedo, aquel abrazo sólo le hizo temerle más. No entendía el por qué de aquel comportamiento y el cuerpo que lo abrazaba le quemaba, no lo quería cerca.

Abrió sus párpados cuando Conway lo soltó y tomó sus manos para besar las heridas con lágrimas saliendo de sus ojos mientras la palabra "perdón" no dejaba de salir de su boca a forma de susurro. Intentó respirar calando aire después de cada toque que sus labios le daban. Aquel sacerdote que le hizo daño parecía no ser Conway, aquel que besaba sus heridas sí.

Deseó poder empujarlo lejos cuando se levantó y llevó sus manos a su rostro para sollozar. Él ya no lloraba a pesar de sentir el ardor de sus heridas. Simplemente se limitó a levantarse y sentarse en la cama mientras admiraba a Conway sin expresión alguna.

—Perdóname —volvió a repetir.

Gustabo escuchó cómo comenzaba a rezar rápidamente y al finalizar cada frase llevaba su puño a su pecho en señal de culpa.

No tenía las fuerzas para hacer algo más, sólo se dejó perder mientras el sonido de la voz de Jack lo adormecía. Se echó en la cama sin procesar lo que acababa de suceder.

Conway escuchó un susurro y volvió la mirada hacia Gustabo quien había caído dormido sobre la sucia cama. Se levantó y fue hasta él para volverse a sentar y llorar escondiendo su cabeza entre sus brazos creando un plano de un amante llorando a su marchita flor.

No supo cuánto tiempo estuvo así, pero cuando ya no pudo más, se levantó y limpió las heridas pasando la tela de una sotana nueva empapada con agua bendita. Parecía limpiar el cuerpo más delicado, miró las heridas y quiso besarlas de nuevo, pero un gemido salió de los labios de Gustabo al sentir el dolor en sueño. Se detuvo y se incorporó para salir de ahí después de que aquel sonido le erizara la piel.

No sabía si podría soportar hacer aquello todos los días. Pero muy en lo profundo en su conciencia, no se arrepentía de haberlo escucharlo gemir de dolor.

Santa Inquisición: asociaciones que eran encargadas de la investigación religiosa y reconocidas como una fuente de castigo corporal para suprimir la herejía en las personas, al igual otros pecados (según la iglesia católica del siglo XV) así como homosexualismo, hechicería o magia, la idolatría, el deseo sexual, etc.

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