Capítulo 14

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Conway salió del purgatorio dispuesto a perseguir a Gustabo. Su pecho subía y bajaba rápidamente demostrando la clara excitación que su cuerpo seguía intentando bajar, el sudor resbalando por su frente como si fuera un tobogán le daba la imagen de un hombre desesperado.

Pero toda su euforia de ir tras él y por fin escuchar los gemidos de dolor se vinieron abajo cuando aquel joven de cabellos platinados lo miró con los brazos sobre la fuente bautismal. Si no fuese por su cabello bien peinado y por su capacidad de acción oportuna, aquel nuevo chico hubiese descubierto su mayor secreto. Pero no contaba que Viktor fuera mucho más inteligente que esa ingenua cara que mostraba, y por eso se acomodó el uniforme y esperó que el sacerdote se recomponga de lo que sea que acabara de hacer para poder hablarle.

—¿Puedo confesarme, padre? —Cuestionó con aquel torpe acento que a simple oír Conway supo que el español no era su lengua natal. Antes de responder, el joven llegó hasta él y haciendo una reverencia, prosiguió: —Perdone por no presentarme hace rato, mi nombre es Viktor Volkov. No estuve el día de su presentación, ya que serví como estudiante en...

—Vamos al confesionario —Conway lo interrumpió restándole importancia a todo lo que Volkov quiera decirle. El chico asintió y dio zancadas hasta llegar e hincarse con las manos juntas apoyando su glabela en ellas en una clara y falsa imagen de creyente mientras Conway sólo se sentaba acomodándose la sotana. —Ave María Purísima.

—Sin pecado concebida.

Conway rodó los ojos y apoyó un codo en la madera y su cabeza sobre su puño.

—¿Hace cuánto tiempo que no te confiesas, hijo?

—Un año, padre.

—Bastante tiempo, me imagino que debes ser un chico excelente —se mofó. Aquella confesión comenzaba a ser extraña, la primera que Jack no quería hacer. —Dime tus pecados.

—Estoy enamorado de un hombre —Conway tensó su cuerpo y de repente sus oídos quisieron escuchar más sobre aquello. Por su mente pasaba la idea de que aquello era lo más aberrante que había escuchado, pero la realidad era que él también estaba comenzando a asustarse de que también sufra la necesidad de confesar los mismo. —Necesitaba decirlo y tengo entendido que usted no puede romper un secreto de confesión. No busco consejos ni que me llame enfermo, sólo quería que alguien sepa que estoy enamorado de Gustabo.

El eclesiástico de cabellos negros miró al feligrés entre la madera labrada con formas diferentes que los dividía. Sus músculos parecían romperse por la gran sensación extraña que inundó su cuerpo cuando aquella confesión llegó hasta sus más lejanos sentidos. No sabía si en aquel momento estaba molesto, sorprendido o solo con la necesidad de salir corriendo a donde Gustabo mientras le gritaba a Dios que era suyo y de nadie más.

Los segundos fueron pesados, su habilidad para mantener la cordura y postura se vieron en decadencia. Aquello que sentía era nada más y nada menos que celos, y un atisbo de miedo y ganas de gritarle al mundo que Gustabo le había hecho una felación, y por tanto nadie más merecía besar sus labios sucios y blasfemos, surgió. Era como si humillar al rubio fuera una razón para que Viktor no lo ame más; Conway era débil y ridículo por haberse convertido en lo que todos los días negaba, aún no confirmaba si aquellos pensamientos eran por lo ocurrido hace rato o sólo porque Volkov le molestaba.

—Tienes... —Tragó saliva. No buscaba las palabras correctas para dictar su propia penitencia. —Eso es pecado y tienes que salir de él, y...

—Bien, me iré entonces.

Volkov se levantó antes que Conway termine. Aquella personalidad era arisca de repente. El sacerdote lo miró saliendo del confesionario y mordió sus labios cuando el joven se alejó de él entre las bancas de madera hasta salir y hacer que el sol haga brillar aún más su silueta.

Conway se llevó las manos a la cara para gruñir y entró a la sacristía para hincarse y hacer su propia oración.

—Oh Dios mío, que con tus manos me guías y que con tu luz me iluminas, dame una señal, sólo una, ¿acaso estoy volviéndome loco? Bendíceme con tu perdón y enséñame a ser mejor, amar al prójimo es lo que tú dictas, ¿adorarlo y necesitarlo es lo que erradicas?

SAINTS | Intenabo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora