Capítulo final

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⠀⠀⠀⠀⠀"Sin embargo, en todo esto somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó".
⠀⠀⠀⠀⠀Romanos 8:37
















Gustabo admiraba la puerta de la iglesia sosteniendo un papel que bailaba por la brisa del aire. Sus lágrimas habían dejado de salir al terminar de leerlo por veiteava vez en ese día, aquellas frases que estaban impregnadas para siempre eran un camino de hojas que lo llevaban a un mundo donde las mañanas era lo único que se vivía, tal vez por sentirse en paz al saber que aquella persona que le escribía había pensado en él de esa manera; una manera que jamás pudo escuchar. Sus rodillas luchaban por no caer y su estómago rugía por pasar más de tres días sin recibir alimento.

Habían pasado tres días desde que despertó en su habitación; desde que sentado en su cama esperó la visita que todos los días iba a verlo. La vez que Conway lo hizo correr a su habitación se había quedado dormido una vez su espalda tocó el duro colchón de su cama, se durmió sin saber que al día siguiente aquella persona importante para él estaría yéndose con los ojos llorosos y los labios temblando tratando de no emitir ningún sonido referente al llanto delante de un anciano y de un asiático que lo miraba con una sorpresa enorme. El sacerdote Armando alejó al chico de él como si fuese un enfermo capaz de contagiarlo, y con el cabello desordenado y el rostro frívolo, Conway desapareció por las calles desiertas de una mañana donde Dios le había puesto niebla y frío como una ceremonia fúnebre a sus actos.

Gustabo nunca supo que se iba después de haberle dejado una carta a Viktor, quien había llegado hasta él corriendo justo cuando tomó el papel doblado en manos. Por primera vez vio a un sacerdote llorar con desespero. Se había preguntado por qué él no iba a entregárselo, y Conway le respondió con las palabras entrecortadas por la falta de aire en su pulmones:

"No me hagas sufrir más, no podré verlo a los ojos. Por favor, entregársela, ámalo y cuida de él, Volkov".

Aquel pedido lo dejó estupefacto, todo era inescrutable en ese instante. Primero creyó que se sentía así por haber sido despertado a las cinco de la mañana, pero después se dio cuenta que no era normal o común ver a una persona con un aspecto tan demacrado como el que el sacerdote tenía. Esa persona elegante y pulcra ahora era un manojo de tristeza y desarreglo. Aceptó hacerlo y esperó que el rubio salga de su habitación, y al ver que lo primero que hizo al despertar fue caminar por los alrededores buscando al hombre que amaba, fue suficiente para comprender el contenido de esa carta que no se atrevía a leer.

Gustabo parecía un amante desesperado entrando a la iglesia vacía, pasando por los comedores, rodeando los dormitorios y preguntándole a los niños el paradero del sacerdote Jack, a lo que todos le contestaban que no lo habían visto. Hasta que Armando llegó hasta él para darle la bendición con la palabra "perdón" entre sus labios. Nadie sabía si aquella palabra era real o sólo lo hacía al creer que aquel joven en verdad había sido abusado por un emisario del mal.

Y cuando Volkov llegó a su lado con el corazón agitado y el sudor cayendo por su frente después haberlo buscado por todos lados, la carta entre sus dedos fue la señal de que todo había llegado a su fin; fin que una vez se planteó en la mente. La primera vez, ambos leyeron el mensaje, a Gustabo no le importó que alguien más sepa su verdad, y a sorpresa suya, el ruso pareció tan sorprendido que no dudó en envolverlo entre brazos al recordar lo que el sacerdote le había pedido.

El peligris era alguien tan empático que no retuvo las lágrimas cuando su mejor amigo comenzó a llorar desconsoladamente en el piso al lado de aquella fuente donde por primera vez vio al sacerdote. Recuerda tan bien aquel día cuando lo miró entrar a lo lejos, recuerda el primer cruce de miradas y el primer pensamiento que tuvo al verlo: un ser tan hermoso que a simple vista podría confundirse con el ángel que adornaban el radio de la fuente.

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