Capítulo 15

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Después de haberse confesado, Viktor esperó que las aguas se calmen y que el sacerdote se reponga de aquella gran sorpresa. Sabía que aquel hombre parecía diferente al eclesiástico Grúas que desde el momento de aquella confesión lo hubiera encerrado limitando sus acciones como buen pecador que era.

Pasaron un par de días hasta que la misa mañanera del Domingo de Ramos le permitió ver a Gustabo entrar a la iglesia mientras se acomodaba el cuello de su camisa blanca. Esperó con una sonrisa que el rubio conecte la mirada con la suya para levantar la mano y hacer que vaya junto a él bajo la supervisión de Conway que apretaba el cáliz con fuerza mientras lo acomodaba en la mesa sagrada y seguía con su estola que parecía tomarla con brusquedad y molestia.

Gustabo subió la mirada para verlo una vez que llegó hasta su amigo que movía su delgado cuerpo para que el contrario se acomode junto a él.

Su vestimenta era diferente gracias a la ceremonia del Domingo de Ramos, los monaguillos caminaban con rapidez acomodando los ramos que Conway se encargaría de bendecir después de leer las liturgias, escuchar los cantos y ofrecer la comunión a cada feligrés que iba a verlo.

Había ganando una buena reputación entre las mujeres y hombres que iban a misa, cada uno decía que su forma de hablar era diferente y apta para el entendimiento de todos.

Gustabo estaba embelesado, se fijó en la estola morada que llevaba bordados de cruces de color plata, en su casulla blanca y en su cabello bien peinado hacia atrás dándole una imagen hermosa. Sintió sus cachetes arder cuando cruzaron miradas por un segundo, solo uno que le hizo estremecer al recordar lo que habían hecho días atrás.

Conway por su parte, quiso verlo más; quiso que el rubio se fije sólo en él y en sus palabras intentando sorprenderlo por su gran labia y carisma que tenía.

Al momento de comulgar, Volkov y Gustabo se levantaron. El rubio aceptó el pequeño agarre que su amigo le ofrecía para guiarlo a la fila de gente que esperaba el cuerpo del Señor. Conway dejaba salir la frase "cuerpo y sangre de Cristo" cada que alguien nuevo abría los labios ante él.

Ver que Gustabo estaba siendo agarrado por otro hombre le hizo enojar, así que esperó tenerlo de frente para mirarlo con molestia y hacerle saber sus sentimientos, pero el rubio no entendió aquellos ojos oscuros que lo juzgaban.

—Cuerpo y sangre de Cristo... —Dijo con voz ronca.

—Amén —respondió.

El rubio sonrió y abrió la boca ansioso y nervioso. Conway había olvidado que aquel joven no merecía la oblea sagrada ya que no se había confesado ante ningún sacerdote, pero la forma en la que Gustabo hizo que sus labios y lengua rocen con sus dedos al darle la hostia, le hizo sentir una corriente que recorrió todo su cuerpo desde sus pies hasta sus cabellos.

Sintió cómo los dedos de sus pies se cerraron para aguantar una erección de sólo recordar que aquellos belfos apresaron algo más que sólo sus falanges. Fue tan rápido que nadie se percató de aquel acto, el rubio se alejó sonriendo y regresando al banco para arrodillarse y fingir estar pidiendole a Dios por él y por sus hermanos.

La ceremonia terminó por completo. Conway bendijo los ramos y despidió a la gente que los llevaba a casa con una fragante sonrisa. Más tarde se dispuso a limpiar lo utilizado para guardarlo, regresar a su habitación y descansar. Gustabo quiso quedarse con él para ayudarlo mientras hablaban sobre algo trivial o sobre lo sucedido, ya que hacía más de tres días que no compartían palabras, pero Volkov aprovechó para juntar sus manos cuando nadie más estaba en la iglesia.

Eran sólo ellos dos y un sacerdote que parecía pulir el cáliz y la patena con euforia para poder ver su rostro reflejando en la plata bendita. Apretaba el purificador con suma fuerza y lo deslizaba por la misma mientras evitaba echarle un ojo a las personas que murmuraban.

Alzó la mirada y aquellos dos jóvenes delante de él comenzaron a platicar, no podía ver las manos juntas por culpa del respaldo de un banco que los cubría. Ellos se encontraban en la segunda fila regalándose sonrisas ante los ojos de un furioso sacerdote que quería separarlos.

—¿Adivinaste de qué material era la mariposa? —Volkov apretó su mano en un gesto fraternal y curioso. Gustabo lo miró y sonrió asintiendo. —¿Entonces?

—Es de plata, Volkov...

El platinado asintió y lo soltó para levantarse y abrir los brazos. Gustabo alzó la mirada y volvió los ojos a Conway que había dejado sus deberes para estar atento al siguiente movimiento que haría el rubio.

—¡Feliz Navidad atrasada! —Viktor estaba feliz de ver a Gustabo sonreír gracias a él.

En verdad lo amaba mucho y le gustaba verlo sonreír, saber que él podía regalarle esa felicidad era suficiente para sentirse satisfecho.

—Volkov, esto es muy caro —Lo miró.

—Lo mereces —le dijo. —Si no soy yo, ¿quién te iba a regalar algo en tu época favorita?

Gustabo curveó los labios y se levantó para abrazarlo. Para él, Volkov era aquel amigo que lo hacía feliz, era bueno, comprensible y lo entendía bastante bien. Era conciente que gracias a Viktor podían comer y que si no fuera por su necedad de gastar el poco dinero que tenía, los regalos de navidad jamás existirían. Gustabo no lo veía más que eso, tal vez porque nunca había captado las verdaderas intenciones del platinado, así que en ese momento era sólo un mejor amigo para él.

Conway apretó la mandíbula y se retiró del altar para salir por el ala izquierda de la iglesia molesto al ver aquella imagen. Estaba celoso, ya ni siquiera le importaba estar así por un hombre, Gustabo le había hecho bajar al abismo y ahora no podía salir; lo único que le quedaba era aceptar. Gruñó para sí mismo y tomó su casulla para apretarla con exhaustiva fuerza al conocer las intenciones del de cabellos plateados.

Segundos después, los jóvenes también salieron ignorando su presencia, volvió la mirada y Gustabo lo imitó por pocos segundos cuando Volkov se despidió de él dejándole ramos de palma benditos para que forme cruces en su tiempo libre y caminó hacia su dormitorio dejando a su amigo hacerlo después de echarle una mirada curiosa al sacerdote que parecía haber corrido un maratón de la molestia y calor que su vestimenta le generaba.

No pensó mucho en sus acciones, simplemente fue a zancadas en dirección al rubio una vez esperó que nadie lo vea y que se pierda en la lejanía. Su mente estaba nublada, parecía estar excitado por la forma en la que su mirada se transformaba en una tétrica junto con una pequeña sonrisa que se dibujó en su rostro cuando estuvo frente a la puerta.

Ni siquiera tocó antes de abrirla y entrar, Gustabo se encontraba sentado en su cama dispuesto a matar el tiempo con los ramos de palma y ver a Conway aún vestido de esa manera le daba muy mala espina, pero estar feliz por saber que el sacerdote lo había aceptado sin haber llorado después de haber recibido una felación de él era suficiente para ganarle a aquel miedo de verlo con ese semblante.

Pero lo siguente no supo si le asustó o gustó, Jack era el único capaz de hacerle sentir esa extraña dualidad.

Conway cerró la puerta con brusquedad para llegar hasta él, lo tomó del cuello de la camisa para levantarlo y encararlo con una mirada tan profunda que de sus ojos parecía dejar escapar fuego que comenzaba a derretir al rubio que rápidamente posó sus azules pupilas en la boca del mayor.

Conway describía la imaginen que tenía enfrente como digna de ser pintada y exhibida a ojos de todo aquel que osara negar la belleza del chico de tez blanca, mejillas rosadas con labios carnosos y jugosos.

La adrenalina recorriendo por sus venas llegó hasta sus corazones que rápidamente estallaron y el primero en sucumbir fue el sacerdote quien con suma fuerza estampó sus labios en los de Gustabo en un gesto tan lascivo que su vestimenta pasó a ser una burla al cristianismo y a sus reglas.






Domingo de Ramos: celebración religiosa del cristianismo que da inicio a la Semana Santa y que conmemora la entrada de Jesucristo a Jerusalén.

Patena: recipiente hueco y pequeño de oro u otro metal en el que se coloca la hostia durante la celebración eucarística.

Purificador: lienzo que se utiliza para enjuagar el cáliz después de la ceremonia eucarística.

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