Capítulo 12

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—Y fue así cómo Jesús perdonó a aquellos que le hicieron daño —Conway miraba a Gustabo esperando una mínima reacción en su rostro después de haberle hablado sobre el perdón de los pecados como si fuese la imagen adecuada para hacerlo.

Pero el menor sólo seguía jugando con sus dedos mientras se removía aburrido sobre su cama.

Después de aquel momento en la iglesia, los demás días pasaron muy rápido. Conway seguía aceptando las órdenes de Armando de disciplinar a Gustabo tanto de forma académica -contándole sobre la historia de Jesuscristo- como corporal, pero sus tardes sólo le limitaban a estar sentando leyendo su biblia o disfrutando de ver a Gustabo que se mantenía en la misma postura pero en el escalón de la entrada admirando la fila de hormigas que pasaba frente a él.

El silencio y la incomodidad de su relación seguían. Conway también había organizado su tiempo para rezar por las noches y en las tardes estar con Gustabo inculcándole su propia hipocresía cuando hablaba de la palabra de Dios.

—¿Y por qué ustedes no pueden perdonar? —Gustabo dobló su cuello y mechones dorados cayeron por su frente junto con un lejano destello en sus ojos. Conway miró sus labios semiabiertos junto al brillo que le regalaba la saliva que los cubría en una fina película húmeda cuando el menor los lamía sin despegar su fuerte mirada del contrario. —No me gusta la manera en cómo el ser humano interpreta esas palabras.

El pelinegro quiso contestarle, pero seguía sumido en la imagen que tenía enfrente. Aquellas típicas bermudas bajaron gracias a la gravedad dejándole a la vista más piel blanca de sus muslos. Gustabo se removió el cabello que cubría ahora su ojo derecho y volvió la vista al techo avergonzado al saber que Conway seguía viendo su cuerpo.

—Cada quien es libre de interpretarlo a su manera —contestó regresando su atención a la biblia. Él también sentía los mofletes rojos, pero no podía mostrarse más vulnerable ante el contrario. —Siempre y cuando no cambie el significado.

—Entonces, ¿usted cree que los métodos del sacerdote Armando son los correctos para tratar a los pecadores? —Aquella pregunta heló el cuerpo. Si respondía que no, se contradecía a sí mismo por estar junto a él fingiendo cumplir con la orden de aquel viejo. Pero jamás estaría de acuerdo, no podía mentir más, así que negó creando otra falacia que ni él mismo sabía de su existencia. —¿Y por qué está aquí? Aquella vez que me lastimó parecía cumplir algo, usted no es esa clase de sacerdote. ¿Por qué no puede interpretar lo que Dios dice a su manera y por qué sólo repite como un loro lo que está escrito ahí? —Dobló el cuello y seguidamente se incorporó para sentarse en la cama y poder verlo fijamente. Tenerlo con la mirada gacha le molestó. —Mentir también está mal, y aquí está usted leyendo estupideces mientras le hace creer a Armando que me tiene agonizando de dolor.

—Gustabo...

—Mis heridas están sanando, no creo que tenga otra opción que volverme a pegar —se levantó y lo miró desde arriba ansioso de su reacción. Parecía un masoquista pidiendo dolor y aún no podía saber muy bien lo que ese sacerdote le causaba, tal vez era lástima o simplemente deseo de seguir aquel juego. —Y si será así, deje de leer como un falso sacerdote y comulgar en misa como si no hubiese besado a un hombre. Usted tiene que confesarse, su propia penitencia no lo perdonará, ¿acaso a Armando no le molesta que me haya besado? No creo que haya otro sacerdote disponible dispuesto a escuchar sus pecados.

—Cállate —Jack alzó los ojos y se levantó rápidamente para poder encararlo. La diferencia de altura logró intimidar a Gustabo y hacerlo retroceder, aquel temor que una vez dijo tener había regresado al recordar el rostro que una vez lo azotó una y otra vez a pesar de Conway relajar los músculos faciales y hablarle más suave: —Ven conmigo.

SAINTS | Intenabo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora