Capítulo 19

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"A veces, la soledad y los deseos son más fuertes que aquella simulación donde las palmas de tus manos sostienen el lugar, el tiempo y el propio sentir. Cuanto más esperas, el tiempo se reduce; en cuanto menos te des cuenta, la noción desaparece. ¿No era eso lo que yo quería? Pronto, las mismas luciérnagas que brillan se apagan, el amor es algo con lo que la mente juega, ¿por qué negar algo que Dios nos dio? ¿Por qué seguir viviendo en una simulación? ¿Por qué, padre? ¿Por qué la culpabilidad está en mi ser y no en la de los demás que nos niegan esto? ¿Algún día sabré la verdad? »Por la mañana hazme saber de tu gran amor, porque en ti he puesto mi confianza. Señálame el camino que debo seguir, porque a ti elevo mi alma«, ¿no eso dice un versículo para ti?, ¿por qué no aplicarlo en alguien más? Si la Sagrada Biblia es un libro con el que enseñas, ¿por qué no he de aplicarlo como si fuese mi propio maestro...? En el nombre del Padre, del hijo y del Espíritu Santo, amén."

Conway se arrodillaba todas las mañanas ante su Dios. Rezar y dar gracias por haber despertado eran sus primeras palabras, pero después de todo lo que vivió, ahora eran frases de perdón y por alguien más. A pesar de creerse alguien incapaz de hablar con aquel ser divino, su devoción y lealtad seguían ahí. Era tan débil como para negar algo que ya era parte de él, su corazón latía en busca de respuestas y su estómago se retorcía de dolor por ser alguien tan ridículo. Sus sentimientos eran iguales a cuando sentía la brisa del mar chocar contra su cara. Aquel joven había ganado sobre él.

Resopló y se sentó sobre sus piernas negando una automática sonrisa al reacordar que estuvieron a punto de ser descubiertos. Eran como dos adolescentes huyendo de sus padres. Conway se preguntó si ese sentimiento era lo que tanto sus compañeros compartían con él cuando era menor; ese que te hace feliz y ansioso, ese al que llaman "amor". Tapó su rostro con sus manos y siguió negando con aquella curva en sus labios.

Tal vez sí era eso, o sólo era la emoción de vivir esas experiencias por primera vez.


Gustabo aún le sonreía a aquellas monjas que le regalaba gestos cálidos cuando le entregaban su comida. Parecía el mismo ser humano desdichado que bajaba la mirada y la subía mientras se retiraba en busca de un lugar donde el silencio, la calma y su osadía de no encarar a nadie, fueran sus acompañantes. Pero nunca dispuso de que aquella vez, sólo aquella en la que quiso salir por sí mismo después de esperar la llegada que jamás se avecinó del sacerdote a su habitación, iba a ser su gran error.

No sabía si se sentía decepcionado o triste, o simplemente tranquilo al pasar el almuerzo como siempre lo vivió. Por primera vez no se sentía en paz.

Sus dedos llevaron la cuchara con sopa a su boca y el metal chilló entre sus dientes cuando alguien más empujó su espalda y su nuca contra el plato que seguidamente tiró el caldo y las pocas verduras sobre su cara.

—Por fin te escapas del maldito viejo —la voz era aquella que acompañaba a Horacio. Era la misma de una rata que intentaba imitar la de una más grande. Gustabo movió la cabeza y logró ver aquella tez morena que seguía aplastándolo. —Te ves bien. Desde que Horacio se fue, digamos que ahora tengo muchos planes para ti, Gustabo.

—Lamar... —Habló entre dientes intentando liberarse, pero el moreno se inclinó hacia él para hablarle sobre su oreja.

—Tan... —Se acercó más y se separó de golpe. —¡Vengan, chicos!

Gustabo escuchó pasos detrás de él. Su corazón latió con fuerza cuando los labios contrarios apresaron su oreja junto con una risita escalofriante que entró fácilmente a sus oídos. Si alguien más veía cómo lo tenían apresado contra el banco y la mesa, muy poco importaba cuando el Sacerdote Armando no estaba en ese lugar para poner orden.

—Vamos, viejo —Gustabo reconoció la voz de un chico al que le decían John, uno que también tenía piel morena y unos ojos capaces de afilar cualquier cuchillo. Sabía que junto a él habían dos más, uno rubio y otro castaño que no divisó del todo bien —No hace falta hacer un escándalo aquí, seguro la rata minúscula vendrá a su rescate y no creo que quieras meterte en problemas.

Gustabo chasqueó la lengua y mordió su labio con furia cuando Lamar pegó más su cuerpo contra él y le susurró:

—Bien —rio. Gustabo se removió y se detuvo al instante al escuchar lo siguente: —¿Qués se siente que Dios te coja, Gustabín?

El rubio abrió los ojos y tomó una bocada de aire cuando el contrario lo soltó como si fuese una simple basura. Escuchó las risas a la lejanía, eran risas despreocupadas con significados disntintos cuando aquellos rumores se volvieron ciertos.

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