Capítulo 13

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Conway estaba lo suficientemente cerca de Gustabo para ambos sentir el aliento del contrario. La sotana negra que vestía el mayor comenzaba a generarle cosquilleos y su abdomen se contraía dándole paso a una nueva reacción espontánea incapaz de controlar cuando Gustabo abrió los labios y retrocedió hasta chocar contra la puerta.

"Para que Dios nos perdone" Gustabo odió aquella frase y Conway volvió a perder la razón por aquella boca.

Gustabo se veía tan apetecible para su perversa mente que aquellas palabras en su habitación detonaron en su conciencia una muy clara respuesta. Estaba siendo un sucio pecador jugando a la pureza contra alguien que parecía provocarlo con la mínima sonrisa. Por alguna razón, seguía engañándose a sí mismo cuando lloraba o sentía la culpa de sus actos, era como un ser despreciable que jugaba a su propia conveniencia bajo la hipocresía de la lástima humana.

Gustabo respiró más rápido, Conway movió sus pupilas para admirar el perfecto rostro que tenía enfrente, sus manos tomaron la quijada de Gustabo y la movió con una ligera fuerza para admirar si no había algún hematoma en ella. El corazón del rubio latió con mucho más fuerza al sentir aquel toque, estaban tan juntos que de un movimiento lento, su rodilla tocó la entrepierna del sacerdote.

Eran dos posibilidades que jugaban un frío caminar sobre una soga tiesa y delgada. Conway podría aceptar ser la perversión en persona o podría negarse y seguir jugando al sacerdote. Clara fue la respuesta a aquella pregunta antes de entrar a la iglesia, pues Conway acercó su rostro para atacar los labios contrarios en un eufórico y brusco beso que al parecer del contario, se notó tan torpe, necesitado y con nula experiencia que le fue imposible no empujarlo lejos de él.

El sacerdote se limpió los labios y con el cuerpo subiendo y bajando con molestia y excitación lo miró expectante. Gustabo caminó hacia él con el rostro reflejando desprecio y un sentimiento que ni él sabía cuál podría ser, pues él mismo se vio tomando al padre de la sotana y volviendo a estampar sus bocas en un gesto que él terminó para abrirse la bermuda y dejarla caer junto con su ropa interior. Sus piernas se doblaron y se deshizo de la tela para quedar completamente desnudo de la cintura para abajo ante la mirada de los Santos.

Conway abrió los ojos al ser la primera vez que veía el miembro de un hombre más allá de pinturas que adornaban las capillas.

Gustabo se volvió a acercar y acarició los labios contrarios lamiendo el inferior lentamente, dejando que la saliva haga su trabajo como lubricante que lo ayudaba a deslizar sus dientes sobre la piel y volver a tocar aquella lengua que parecía sedienta de él. Gustabo lo empujó hasta hacerlo chocar contra la pared que daba final al altar. La sotana negra comenzaba a estorbar en demasía pero la fricción que generaba en su erecto miembro era exquisita.

Conway se separó y se la sacó quedando en una camisa de vestir blanca y unos pantalones negros que guardaban su erección llorando libertad. El menor llevó su mano hasta ella probando el fruto prohibido de un servidor de Dios, su delgada mano la acarició lentamente sobre el pantalón hasta subir a su pecho, desabrochó un botón y metió su mano para escuchar el primer gemido que Conway dejó salir cuando no pudo resistirse más tiempo al placer por culpa de un pezón que fue atacado.

Ambos querían aquello, uno por necesidad y el otro por la curiosidad de saber hasta dónde un sacerdote era capaz de llegar sin volverse loco. Para el rubio, Conway era alguien que fácilmente podría admirar por esconderse bien, lucía como alguien bueno, pero su realidad era distinta, todas esas facetas que le había mostrado, tanto la vulnerable como la fundida en el deseo, eran parte de su gran negación a la realidad. No le sorprendería que después de eso, Conway llorara o le gritara que por su culpa se había corrido delante del la Virgen María y su hijo crucificado que los veían cometer un acto sexual cargando de pecado.

Las rodillas de Gustabo se doblaron y se arodilló frente a él. Conway se sorprendió y sus manos tocaron las paredes detrás de él por la repentina sorpresa musitando: "oh Dios mío, ten piedad de mí".

Gustabo desabrochó su faja y seguidamente su pantalón para meter su mano y sacar el pene erecto del sacerdote ignorando las súplicas que salían de su boca.

Sin darle un previo aviso, sus labios abrazaron toda la extensión para comenzar a mover su cabeza y llenarse del cálido músculo que lloraba por seguir siendo atendido. Conway gimió y evitó doblar su espalda y caer al experimentar por primera vez aquello, ahora no le aprecia asqueroso, tampoco le importaba estar haciéndolo en una iglesia a ojos del Señor. Sólo quería que Gustabo aumente la fricción en su boca y que lo caliente de ella le permita venirse.

Automáticamente llevó las manos a la cabeza del más bajo para apretar sus cabellos y ayudarlo con la rapidez de aquella felación. Gustabo tomó el pene de la base y rozó con sus dientes sobre las venas que sobresalían de él, lo cual fue suficiente para que el sacerdote se corra junto con un sonoro gemido que le hizo llevar su cabeza hacia atrás y disfrutar de un depravado orgasmo y del sonido que comenzó cuando Gustabo agarró su propio miembro para masturbarse con la obsena imagen que tenía en frente.

Conway exhalando e inhalando intentando no fundirse en la locura y con el sudor bajando de su frente era la divina imagen de Dios disfrutando de lo que tanto se negaba. Era como si a su alredor destellara un brillo santo que volvía aquel acto de lujuria en uno hermoso y merecedor de alabar. Gustabo había imaginado el pecado de una manera preciosa donde la felicidad y placer del ser humano no era motivo para su condena.

Sus pensamientos se disiparon cuando sintió el semen en su boca y lo mantuvo debatiendo si escupirlo era buena idea o no. Finalmente lo tragó y Conway abrió los ojos estupefacto cuando el menor se levantó mientras se tocaba y lamía el resto de su esencia en sus labios.

No sabía qué hacer después de aquello, su pene seguía al aire y se dispuso a acomodarse la ropa interior y los pantalones disfrutando de la vista y de los jadeos que el contrario le regalaba hasta que después de unos minutos, vio cómo de su glande caía un chorro de semen junto con un fuerte gemido que retumbó en el purgatorio.

Gustabo respiró y esperó calmarse. Miró la sotana en el piso y se inclinó para levantarla y entregársela al dueño. Tampoco dijo nada, ambos quedaron atrapados en un limbo silencioso: Gustabo con una prominente verguenza que no podía esconder y Conway mirándolo seriamente sin perder aquel frío y tétrico semblante cargado de deseo y ganas de probar más.

Se separaron y Gustabo tomó su bermuda tirada en el piso para vestirla nuevamente. Se acomodó la ropa, limpio los restos de fluido en la tela que cubría sus muslos y salió de la habitación para correr lejos de Conway que parecía estar dispuesto a tirarse sobre él una vez le dé el permiso de hacerlo.















Ya estoy al día después de pasar una semana sin subir absolutamente nada, así que aquí tienen otro capítulo un poco... Gracias por leerme, ¡intentaré mejorar cada vez más!

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