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No era la sonrisa astuta de mona lisa, tampoco el delicado vestido de niña, era todo el contexto junto lo que me irritaba. Lizie estaba sacándome de quicio, si, pero lo hizo aún más la mirada que sus hermanos me dieron desde que entré con ella en el departamento. Era surrealista, como si estuviese planeando fugarme con ella o algo por el estilo. Y de alguna manera me hacían sentir que merecía esas miradas.
Lizie se había lanzado a hablarles de nuestro viaje hasta allí, sacando detalles de donde yo no pensé que los hubiera. Era buena rellenando el silencio. Por lo que sea, ese par dejó de mirarme de aquella manera, para centrar sus ojos en Lizie; y quedé fascinado al ver la fascinación que había en ellos.
Ese día Ernesto no estaba particularmente conversador, y Braulio seguía preguntándole a Lizie sobre todos en la escuela y en la casa. Él lucía emocionado cuando anunció que iría a El cielo al día siguiente con mi hermano. Ernesto se quedaba, no supe porqué, no me importaba. Así que ese día decidieron todos hacer algo divertido para recibir la visita de su hermana y hermano respectivamente; aunque yo sabía que era solo porque Lizie estaba allí, también tenía ganas de hacer algo divertido.
Braulio se adelantó con Lizie y yo me quedé esperando por mi hermano, entonces fue cuando Ernesto se acercó para sisearme:
—Será mejor que no te las tires en el baño del colegio.
Fuimos al Orinokia —en el jeep de los gemelos—, y Lizie eligió una película con un actor reconocido y un nombre ridículo. Dentro del cine se sentó junto a mí, muy a pesar de las miradas de sus hermanos. Yo personalmente quería zarandearla y pedirle en voz alta que se mantuviera lejos, estaba un poco preocupado por terminar siendo golpeado por ellos. Eran dos, y eran gemelos, que por alguna razón lo hacía peor. Durante toda la película estuvo mirándome muy pensativamente, y yo le devolvía la mirada para pelarle los ojos. ¿Es que solo iba a mirarme todo el rato?, después de todo estábamos viendo aquella película por ella
Lizie me ofreció palomitas y yo las tomé, la dejé en mis piernas, por lo que estuvo agarrándolas de allí todo el tiempo. Su bebida se acabó en los primeros veinte minutos, y recordando lo de los helados, me vi en la tediosa responsabilidad de compartir la mía con ella. Eso pareció hacerla feliz y yo me pregunté: ¿Por qué? Mamá dice que necesito un mapa para vivir, y yo le digo que la gente es muy extraña, suelen hacer cosas sin ningún motivo aparente.
Al final de la película tuve que reconocer que no había sido tan mala. Nos dieron un aventón hasta la parada de autobuses, y antes de irse, Ernesto lanzó una mirada asesina en mi dirección. Mis manos comenzaron a sudar. Lizie se sentó en la ventana y esperamos a que el autobús se pusiera en marcha. Pensé que iríamos de nuevo en silencio, pero entonces:
—Eso fue divertido ¿no lo crees?
—Lo fue —dije porque lo creía.
Busqué en mi mochila, era mejor acabar con aquello de una buena vez. Le entregué la segunda carta de Gabriel y me recosté sobre el reposa cabezas. Hubo un maravilloso silencio antes de que Lizie dijera palabra alguna.
—Esto es un poco injusto —dijo finalmente—. Saber que alguien te ama de esta forma y que esa persona no esté a tu lado para que puedas intentar corresponderle —su voz se quebró al final.
Resoplé.
Es decir, ¿en serio ella dijo lo que acababa de decir? ¿Era eso lo injusto en todo esto?
—¿Qué, qué dije? —lucía preocupada.
—Al menos tienes las cartas para que te explique cómo demonios se sentía.
Hubo un silencio.
—Dedos, sé que es estúpido lo que voy a preguntar, pero… Gabriel te dejó cartas a ti también ¿verdad?
La fulminé con la mirada, pero no dije nada. Solo volví la cabeza y fingí dormir durante todo el camino.
En Upata ella insistió en ir a comer algo. Ella quería sushi y yo quería una hamburguesa de carne, chuleta, pollo y chorizo. Al final decidimos ir a comer pizza porque a los dos nos gustaba. La llevé a un pequeño restaurant normal, era mi favorito respecto a pizzas, pero no pude evitar pensar en que seguramente Lizie solía comer en mejores lugares y tenía mejores restaurantes favoritos; aunque hasta los momentos no había mostrado signo alguno de superioridad inducida por el dinero de su familia.
Hubo un pequeño inconveniente al elegir los ingredientes, porque ella amaba las anchoas y se mostró firme en no pedir ninguna pizza sin ellas, y yo sencillamente las detestaba; sobre todo cuando parecía que las escupían sobre la pizza directamente del refrigerador. Así que nos decidimos por una de jamón, extra queso, y la mitad con anchoas. Supuse que era ridículo debido a que seguramente ella no podría con toda su mitad. La pizza llegó, Lizie tomó una porción y la masticó hasta dejar solo la corteza, la puso en el plato y tomó un largo sorbo de su bebida. La cosa con las pizzas y yo, es que mi parte favorita es la corteza; en la mayoría de los lugares no preparan una buena masa, pero la razón de que aquel fuese mi restaurant favorito, era respecto a la corteza de sus pizzas. Así que tomé la que ella dejó allí, y aparentemente eso me hacía merecedor de una mirada ceñuda.
—Ey, iba a comer eso —dijo.
Pero yo ya estaba masticando su sobra.
—Pensé que… creí que la dejarías, como hace todo mundo —me excusé.
—Pues, no —ella tomó otra porción—, esa es era la mejor parte. Aunque no cualquiera hace una buena masa, o tiene un buen horno.
La miré por un largo segundo. Luego vi un pequeño botón que se le había caído a alguien en la silla junto a mí, era áspero y tosco, y de un agresivo verde militar.
—¿Qué?
Negué con la cabeza. Saqué mi mochila y metí el botón dentro.
—¿También te gusta? —preguntó.
Asentí dos veces, y ella sonrió.
—Vaya, primero el chocolate y ahora el borde de la pizza.
—¿A quién no le gusta el chocolate? —dije a la defensiva.
—Eres una persona muy pedante.
Ella me sonrió, un momento después me di cuenta de que de hecho estaba devolviéndome la sonrisa que inconscientemente le daba.
Lizie y yo tomamos el autobús hasta El cielo. Ella se bajó frente a su casa y yo lo hice en nuestra esquina. Extrañamente me la había pasado mejor de lo que había supuesto, y más desquiciado era el que sintiera deseos de repetirlo alguna vez. Porque por muy acosadora que fuera, aquella tarde había estado decente. Bien. Perfecta. Me había divertido más de lo que lo había hecho en un buen tiempo.
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Cartas para ELLA
RomanceAnticipandose a su muerte, Gabriel ha dejado una caja llena de cartas para una persona muy importante en su vida. Dedos, en medio de su dolor por la pérdida de su mejor amigo, queda abatido al descubrir que todas las cartas van dirigidas a Elizabeth...