Mamá London 2

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Cenamos en Ciudad Guayana antes de dejar a mi hermano en el apartamento de los gemelos. Nos encontramos a Ernesto en la puerta, y creo que papá lo confundió, porque se comportó todo formal. Así que mi hermano sonreía mientras nos despedía, sabía que también se estaba acostumbrando a toda esta cosa de novio-novio. Pero lucía feliz de que papá pareciera aceptarlo tranquilamente.

De camino a casa, hubo varios intentos de conversación. Papá quiso saber cómo estaba llevando las cosas después de todo lo sucedido. Era la primera vez que me preguntaba tal cosa, y pude haber lucido incomodo si no hubiese estado tan sorprendido. Aunque no estaba seguro de a qué se refería, simplemente dije que estaba bien.

Y eso fue todo.

Volví a la escuela la mañana siguiente, con una terrible alergia que hasta obstruía mi visión. Tomé las dos usuales tabletas de Loratadina, y me gané el ceño fruncido de Lizie. Bueno, al menos había reaccionado a mí de alguna manera.

Lizie salió de la clase antes de que terminara, se veía molesta y yo tuve que contenerme para no preguntar lo que le pasaba.

Al día siguiente fui llamado a dirección. Estaba algo confundido, lo que se intensificó cuando William estaba esperándome sentado frente al director Deep. Una revisión de la habitación me reveló que habían otras dos personas allí dentro: Lizie y mi madre. Esta última se puso de pie en cuanto me vio y cruzó mi rostro de una bofetada.

—¡¿Qué mierda?! —exclamé, lo que me ganó otro manotazo. Ya no era cariño. —¿Puede alguien explicarme lo que sucede? —esta vez miré al director. Yo. Estaba. Enfadado.

Se me pidió que me sentara, y lo hice. Escuché un montón de estupideces acerca del dolor y de la forma correcta o incorrecta de llevarlo. Se me dijo que había habido rumores acerca de mí y el uso de sustancias ilícitas. Fue cuando comprendí. ¿Creían que yo era un drogadicto?

—¿Todo esto se trata de eso? ¿Un problema de drogas que creen que tengo?

—Deja que el director termine de hablar —me ordenó mi madre.

¿Hablar? El viejo estaba calumniándome. Puse todo de mí para no fruncirle el ceño a mamá. Lo que no entendía era que pito tocaba Lizie y William en todo esto. Pero cuando pregunté recibí un lepe de mi madre y una clara advertencia para que me callara.

—El señor London se ha ofrecido para tratar tu caso, ayudarte a superar cualquier etapa por la que estés pasando —informó Deep—. Y toda esta intervención fue posible gracias a que su amiga decidió hacer lo correcto.

Me volví para mirar a Lizie. Claro, eso era lo que había hecho ella, acusarme de ser un drogadicto. Un detalle de su parte, gran obsequio, considerando que la semana pasada fue el día de san Valentín. Y yo que pensaba invitarla al cine.

Pero Lizie no me miraba.

—¿Fuiste tú quien armó todo esto? —pregunté tranquilamente.

Ella me miró con sus fríos ojos llenos de lágrimas. —Estaba preocupada, no quería seguir viendo cómo te destruías a ti mismo.

Estreché los ojos en su dirección. —¿Con que se supone que iba a destruirme, Lizie? ¿Te molestaste siquiera en preguntar lo que estaba haciendo? No.

—Estabas drogándote, lo hacías incluso frente a mí. Te vi regresar del lugar donde las comprabas. A donde nunca querías que te acompañara

¿Qué mierda?

—¿Quieres conocer la única maldita droga que he tomado todo este tiempo? —espeté. Mi madre parecía querer golpearme de nuevo. De mi mochila saqué la caja de Loratadina que estaba usando y algunas otras vacías. La comprensión iluminó el rostro de mi madre, creo que sintió un poco, solo un poco de arrepentimiento por haberme tratado de esa manera sin preguntar primero—. Y el “lugar” a donde no he querido que me acompañaras es a la casa de los Salinas, donde recojo las cartas que Gabriel te dejó —y para demostrarlo, saqué la última carta que no había podido entregarle el pasado sábado.

Cartas para ELLADonde viven las historias. Descúbrelo ahora