El intento del ave fénix 3

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Tomé el par de pastillas con cuidado de que nadie me viera, porque de alguna forma no me extrañaría que la gente pudiera creer que yo usaba alguna sustancia indecorosa para salir de la depresión en la que parecía estar. Y en la que, de hecho, estaba. Era antes de las siete, por lo que el “área” estaba libre. Y hacía mucho tiempo que no me sentía tan nervioso. Sabía que de un momento a otro Lizie vendría y me miraría con sus ojos llenos de preocupación; no estaba listo para eso, había un par de cosas a las que no quería hacerle frente, y honestamente solo tenía ganas de refugiarme en mi cama toda la semana.

Había ido al colegio muy temprano a propósito, no queriendo encontrármela en nuestra esquina. Aunque sabía que era inevitable, que tarde o temprano pasaría, quería posponerlo tanto como pudiera.

Lizie apareció con el resto de la clase, y por más que intenté no mirarla, mis ojos bailaron por si solos hasta su rostro. Y mi corazón se detuvo con la certeza de que siempre la había visto de aquel modo, tal vez solo intentaba engañarme a mí mismo. Creí que si me repetía algo con suficiente fuerza y convicción se haría realidad. Pero no, no era tan sencillo, y Lizie era la prueba de ello.

Erick trotó junto a mí como de costumbre, conversando de “donde estaba” o “que hizo” cuando yo tuve mi crisis el día anterior. Yo estaba altamente alterado por como Lizie y Magui no habían dejado de cuchichear en mi dirección ¿de qué estaban hablando? Lizie se unió a mí al final de la clase, y como cada día, el resto nos dejó caminar solos hasta el área de vestidores. Era un camino largo que ambos decidimos hacer en un silencio que ahora se me antojaba incomodo.

En la clase de Matemática, Lizie se sentaba a seguros cinco puestos de mí, pero era como si malditamente no hubiese más personas en el aula. Parecía como si todos mis sentidos hubiesen cobrado vida, con la firme determinación de ubicar a Elizabeth London a un kilometro a la redonda. Lo que me atormentaba era que a ella no parecía afectarle mi resiente rendición respecto a mis sentimientos hacia ella. Seguía siendo tan amable y atenta como siempre, como era con todos. No había nada especial en su trato hacia mí, al menos nada que no pudiera estar asociado con su lastima por mí. Mientras yo me había convertido en una patética versión de Raúl, quien solo tenía miradas llenas de adoración y palabras torpemente balbuceadas hacia Lizie. Y la cosa se pone peor. En el desayuno fui incapaz de responder a una sola de sus preguntas, solo me quedé allí, mirándola con mi mente en blanco; lo que ocasionó un ceño fruncido de su parte y una expresión ofendida por mí silencio. Aún así caminó conmigo de vuelta a casa. Raúl también lo hizo, quitando la mochila de las manos de Lizie en el momento en que estuvo frente a ella. Maldición, a mi si quiera se me había ocurrido tal cosa.

Cuando él se separó de nosotros, yo estaba determinado a que el silencio no nos inundara de nuevo.

—Lamento haberme ido más temprano esta mañana —dije, en un tono que me pareció demasiado formal entre amigos, demasiado tenso.

—Está bien.

—Ah, lamento haber salido corriendo de tu casa ayer.

Ella asintió tristemente con la cabeza.

—¿Es eso lo que te molesta? —pregunté incrédulo de que pudiese estar enfadada por mi carrera desesperada.

—Si… no. No sé —de alguna manera la torpeza no encajaba con ella—. Simplemente estoy molesta.

Caminamos en un atormentado silencio… hasta que se volvió insoportable.

—Escucha, lo siento —no sabía porque exactamente me estaba disculpando, pero si era importante para ella, podía poner mi orgullo a un lado—. Sé que parecen palabras huecas, pero yo de verdad lamento haberme comportado como un idiota todos estos días.

Cartas para ELLADonde viven las historias. Descúbrelo ahora