El funeral: 1

1.4K 27 4
                                    

1

Pensar que hace unos momentos dolía tan solo mirarla, saber que no podría llegar a pertenecerme. Que estaba prohibida.

Y probablemente estés perdido en este punto, pero apuesto a que todo será más claro si te digo que ella es la chica de la que mi mejor amigo muerto está enamorado. Permíteme corregir, estaba. Suena crudo, si, pero es la verdad, y no veo por que adornarla.

Siendo franco nunca creí que terminaría de este modo, y menos después del último año; pero no está bien comenzar con el final. Me gustaría contar desde que era un crío y mi madre se juntaba con los Salinas y me obligaban a mí a jugar con su hijo, pero francamente no atesoré y seleccioné esos recuerdos como relevantes y no relevantes, y contarlos todos resultaría demasiado tedioso; solo es mi niñez. Así que bastará con decir que Gabriel y yo éramos buenos amigos. Confieso con cierto pesar que me es difícil recordar cada pequeño detalle que nos llevó hasta este lugar, cada línea que pisé y de la que regresé un montón de veces antes de cruzar, pero voy a intentarlo.

Es como recordar que un libro es bueno sin saber exactamente las palabras que te llevaron a dicha conclusión; como guardar en tu mente el recuerdo de lugares de cuando éramos jóvenes, lugares inmensos que parecen haber encogido con el tiempo, guardando en cada rincón momentos que escapan de nuestra memoria; como saber la letra de una canción que jamás has escuchado, pero que sin embargo, siempre lo has hecho, perdida en tu mente, gravada agudamente por tu traicionero subconsciente; como saber que no te gusta el pepinillo aunque nunca lo hubieses probado. Si puedes entender cada una de esas emociones, entonces tal vez seas un ser profundo más al que todo mundo le gusta ignorar.

No te preocupes, a todos nos han ignorado alguna vez. Como ese hermano mayor que no te permitía jugar a la pelota con él y sus amigos mayores, el mismo que horas más tarde tomaba tus figuras de acción y pasaba horas jugando contigo; o esos padres con demasiado trabajo sobre sus hombros quienes no dedicaban ni un solo segundo a mirar en tu dirección mientras hacían sus labores rutinarias, los mismos que horas más tarde te miraban dormir sobre tu cama de autos de carrera sintiéndose infelices porque el día tuviese tan pocas horas; o cuando tu mejor amigo comienza a notar que las chicas existen y te cambia para pasar más tiempo admirando los atributos de Elizabeth London, la chica que nunca sería suya, la misma que más tarde va a tu patio trasero y comparte el helado casero de tu madre; o cuando toda la cuadra, tus padres, tu hermano, tus amigos y tu colegio entero, centra toda su atención en tu mejor amigo diagnosticado con cáncer.

Pero claro, no hay espacio para la envidia en un caso como este. Pero tú eres un chico estúpido de ocho años que cree que el mundo es cruel por no darte un poco de atención, e incluso llegas a maldecir por las noches la enfermedad de tu mejor amigo, aunque no por las razones correctas. Eres patético, cruel y egoísta. Un completo estúpido, solo por usar un eufemismo. Pero hay una sola cosa que puedes hacer bien, algo que no es nada en comparación con el resto.

Renunciar.

Era mi promesa.

Mi nombre es Amadeos Junior Darkinso, pero todos me llaman Dedos, porque a mi ocurrente familia se le ocurrió comenzar a llamarme de este modo mientras era un bebé, era un chiste, uno de estos apodos cariñosos que le pones a los niños. Supongo que solo se les fue de control. Recuerdo que una vez, cuando era muy niño, tomé unos dulces de un puesto de buhonero y todos comenzaron a decir que a eso se debía mi apodo. Patéticos. En fin, mi mejor amigo tenía cáncer en sus huesos, luchó todo cuanto pudo. Ángel Gabriel Salinas, ese era su nombre, no se puede decir que su madre era religiosa. El día en que murió, él escribió en su muro que todo estaría bien, y que iría al doctor por buenas noticias, seis horas después, Gabriel ya no estaba con nosotros. Yo ya había dejado de ser un inmaduro niño egoísta, yo estaba haciendo planes para ir a la capital a estudiar con mi mejor amigo, o a Margarita para conocer el mar. Pero de un día a otro descubrí que me faltaban dos cosas: alternativas y ropa negra.

En su funeral llevé un suéter que teñí con wiki-wiki en el último momento, porque era el único suéter-viejo limpio y porque no encontraba el que siempre solía usar. Aún estaba húmedo, por lo que, mientras todo mundo rezaba llorando inconsolablemente, yo no pude detener mis estornudos y mis estremecimientos a causa del aire acondicionado; lo que provocó severas miradas de ojos arrugados en mi dirección, aunque su madre sabía de mi nariz sensible y sonreía para hacerme saber que no estaba haciendo nada malo. Fue un gran detalle de su parte, pero fue aún peor ver la forma en la que sonreía, con lágrimas en sus ojos que se hacían más gruesas cada vez que descansaba su mirada en mí. De alguna manera creo que ella me odiaba por recordarle que su hijo era un chico como yo que merecía vivir; o tal vez odiaba a mis padres por que su hijo estaba con vida, y yo era, literalmente, la prueba viviente de ello.

Esa es la cuestión conmigo, todo es acerca del odio o la ausencia de él. Gabriel odiaba eso de mí, lo que me parecía una severa muestra de hipocresía. Pero yo no lo odiaba, él era una de las pocas personas a las que no odiaba. Digo, su cabello graso, sus afeminadas maneras, la forma en la que criticaba mis hábitos de comida, como se burlaba de mí por mi preferencia hacia cierto suéter en mi armario; y muchas otras cosas, las odiaba. Pero no a él. Nunca se lo dije —y no me arrepiento, porque bueno, hubiese sonado gay y yo soy un hombre—, pero la verdad es que Gabriel era como la otra mitad de mí. No lo diría por más que me torturaran, pero Gabriel era mi alma gemela.

Y lo había perdido.

Aún cuando había asegurado que todo estaría bien.

Nada estuvo bien.

Te odio Gabriel, por darme esperanzas.

Y me odio por creer en ellas.

Cartas para ELLADonde viven las historias. Descúbrelo ahora