Los celos 5

57 4 0
                                    

5

Lizie me soltó con brusquedad.

—¿Qué fue eso? —fue lo primero que se me ocurrió para decir.

Lizie se dio la vuelta y comenzó a caminar calle arriba. Sus pasos no eran los firmes y determinados que habían sido antes, era simplemente ella siendo del modo que conocía. Caminé justo detrás de Lizie, cuando comenzó a cruzar la calle, tiré de su codo y la conduje hasta mi cuadra.

—Lo siento —susurró. Había un tono de dolor y arrepentimiento en su voz—, tal vez malinterpreté las cosas ¿arruiné algo entre ustedes?

Me giré antes de entrar en el porche de mi casa. —¿Arruinar? ¿Hablas de Mar y yo juntos?

Su vista fija en la acera.

—Sí, solo te besé porque yo… yo creí que así esa Mar iba a alejarse de ti. Desde lejos vi a un chico pareciendo que no quería estar con una chica, y cuando vi que eras tú, yo… me enfurecí. Tú deberías estar con la chica que quisieras y no con alguien que te obligara. Pero pensándolo mejor, tal vez yo no hice algo muy diferente a lo que Mar estaba haciendo. Y lo siento.

No sabía que decir, realmente aún estaba un poco —muy— sorprendido por la Lizie gritando insultos en nombre de mi virtud. Y ciertamente era bastante humillante.

Metí las manos en mi suéter. —Estuvo bien lo que hiciste, no te preocupes por eso. Pero la verdad no es como si ella me hubiese violado allí a mitad de la calle —sonreí. ¿Cuándo me había convertido en la chica siendo forzada en el callejón oscuro?—. Tengo algo para ti, ¿quieres entrar?

Sus ojos se iluminaron. —Es otra carta.

Mi corazón se hundió. —No.

Estaba nervioso cuando puse la pequeña caja en las piernas de Lizie. Dios sabe que no estaba seguro de mi regalo, porque… ¿Qué le regalas a alguien que lo tiene todo?

Así que allí estaba algo con lo que ella siempre podría recordarme, pero era una estúpida baratija en comparación con lo que sabía que ella solía usar. Apuesto a que si empeño la corona que me dio sacaría una pequeña fortuna, o al menos una pequeña fortuna en comparación con la cantidad de dinero que suelo manejar.

Lizie abrió la caja y una sonrisa se dibujó en su rostro, no era sorpresa ni nada parecido, pero al menos no estaba decepcionada. Era una cadena de oro, la había elegido por su diseño que la hacía lucir como una trenza. En el centro, irónicamente, tenía un ángel.

—Es hermosa —ella me miró—, gracias, nunca voy a quitármela.

Yo sonreí, y estuve a punto de olvidarme del último detalle.

—Ah, falta algo más.

Me puse de pie, buscando en cada jarrón que mi mamá tenía adornando el lugar en donde deberían estar los libros. Finalmente encontré un pequeño anillo dorado.

—Esto —le dije mostrándole el anillo. La sonrisa de Lizie se congeló, y la mía se ensanchó—. No es lo que piensas, tranquila. —Fui a sentarme junto a ella. —Es mi anillo de graduación del sexto grado, no es como si lo usara todo el tiempo, pero tiene grabadas mis iníciales y quería… yo creí que tú… podrías ponerlo en la cadena para que…me recuerdes. Siempre.

Lizie no sonreía antes de lanzarse sobre mí en un apretado abrazo. La estreché durante un par de segundos antes de que se zafara para quitarse el collar que llevaba puesto y colgara el mío en su lugar, con mi sortija allí colgando en su cuello. Luego comprendí que bien pude habérsela puesto yo, y aprovecharme del momento, ya sabes. Pero estaba absorto ante la idea de Elizabeth London llevando en su cuello una sortija con mis iníciales en ella, mamá pondría un grito en el cielo —irónico, lo sé— cuando se enterara de que una de las pocas joyas Darkinso había desaparecido misteriosamente, pero el resultado valía la tormenta en el horizonte.

—También tengo algo para ti —informó Lizie, acariciando la cadena en su cuello.

No había escogido el dorado por alguna cosa en particular, pero me fijé en que era perfecto para ella. Era como si la cadena siempre hubiese estado allí. El ángel luciendo justo y triste, y el anillo escondiendo mis iníciales.

Caminamos en silencio hasta la mansión, en otras circunstancias yo habría tomado su mano, pero acababa de regalarle un collar, y ella me había besado minutos antes. Francamente no sabía en qué punto estaba nuestra relación. No quería complicar más las cosas, porque yo podía jugar de vez en cuando, pero me conocía lo suficiente para admitir que era un cobarde respecto a cambios drásticos.

Lizie me invitó a pasar, o más bien me metió dentro a hurtadillas. Estaba un poco sorprendido cuando tiró de mí escaleras arriba. Fuimos a través de un montón de pasillos, todo lucía como un laberinto. Era muy divertido. Lizie se detuvo y me golpeó contra la pared en varias ocasiones para ocultarme de algún miembro de su familia. Incluso Brian pasó a nuestro lado en una oportunidad, mis piernas estaban flaqueando, y estaba a punto de correr escaleras abajo —alegando que había sido raptado y suplicándole a Brian que no me matara— cuando Lizie tiró de mí hacia una puerta abierta.

Nos quedamos hiperventilando en la oscuridad por un momento. Luego Lizie encendió la luz, pero esta era atenuada, o tal vez eran las paredes oscuras. Había un par de ellas pintadas con un fucsia opaco, las demás eran negras. Mis ojos viajaron a la tarima baja en medio de la habitación, cuya única función era exhibir una enorme cama con dosel de madera. El techo de la habitación era alto, y tenía una de esas lámparas que no permiten una iluminación de frente hacia el suelo, sino que la dispersan en círculo por el techo del lugar. Esta luz era rosa, lo que explicaba la oscuridad iluminada. Había un montón de otras cosas en la habitación a las que no les preste atención.

Mi corazón se disparó, tenía una absurda sensación de vértigo. No las nauseas. La parte en la que sientes que estás a punto de caer a algún lugar.

Vagamente fui consciente de Lizie rebuscando en algunos cajones. Me obligué a concentrarme, ella era mi amiga, y a pesar de lo que sea que mi hermano hiciera con sus amigas, Lizie no me había traído para eso.

Me recosté de la puerta. Poco después ella vino con una caja demasiada plana para ser un zapato. La abrí bajo su mirada escrutadora. Era un suéter. Sonreí.

—¿Es esto una indirecta?

—Nop, es bastante directo, de hecho —sonrió.

El nuevo suéter era negro como el anterior, o como solía ser el desteñido suéter anterior. Pero tenía una pequeña L grabada en el centro de los bolsillos. Esta vez reí con ganas, Lizie se unió a mis risas pero su cara brillaba con confusión.

—¿Qué sucede? —preguntó aún riendo.

—Ambos pensamos en los mismos regalos egocéntricos. —Seguí riendo.

—¡Ey! —Se quejó—, mi regalo no es egocéntrico.

Dejé de reír, devolviendo a su lugar uno de sus dorados mechones de cabello.

—Es perfecto, gracias —lo decía de verdad.

Me quité mi suéter y lo reemplacé por el nuevo, era cómodo, agradable, y olía a algo más elegante que nuevo. Lizie tomó mi viejo suéter.

—¿Puedo quedarme con él? —preguntó con timidez.

La cosa con ese suéter es que Gabriel y yo habíamos prácticamente peleado por él cuando lo vimos en una pequeña tienda de rebajas en Upata. Gabriel había ganado la pelea, pero al final descubrí que lo quería para obsequiármelo. Y obviamente yo lo quise un poco más por ello. Podía recordar el rostro de felicidad que ponía cada vez que me veía ir al colegio con él puesto. No quería deshacerme de él, yo amaba ese jodido suéter. Tan ridículo como suena ser definido por un suéter, conmigo era así; era una pequeña e importante parte de lo que yo era. Pero, del mismo modo…

¿Qué le regalas a alguien que lo tiene todo?

Bueno, si la quieres lo suficiente, entonces dale una parte de ti.

—Es tuyo —susurré.

Cartas para ELLADonde viven las historias. Descúbrelo ahora