El vestido 6

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Seré honesto, me pareció un milagro haber pasado todas las materias con no menos de diecisiete. Yo realmente había creído que aquel sería mi peor año, pero me estaba yendo bastante bien. Claro que esto no era una gran sorpresa desde que Lizie estudiaba conmigo y siempre estaba organizando tardes de estudio o fines de semana para hacer tareas o prepararnos para exposiciones. Ella era responsable, y yo no era bruto. El equilibrio perfecto.

Sonreí.

Mi mamá estaba que bailaba cuando tomó mi boletín del sonriente señor Miller, quien era nuestro profesor guía. Me había dado tantos abrazos y dulces miradas de orgullo que sentía que tenía que darme un baño para quitarme las épicas capas de melado que había sobre mí. Ahora estaba frente a una pizza demasiado grande para ser compartida por tres personas, pero sabía que mi papá y yo no podríamos levantarnos hasta no terminarla.

Y por supuesto, Lizie tuvo que antojarse de celebrar el fin de lapso en el mismo restaurante que yo. Ella vino primero, seguida por William, padre e hijo, Brian vino al último, abrazando a una mujer que tenía las manos puestas alrededor de Magui. Tomaron asiento en el lugar frente a la ventana donde una mesera no había dejado sentar a mi madre.

—Ahora entiendo porqué —gruñó mi padre. Al parecer yo no era el único al pendiente de la familia.

Lizie me vio entonces, sus labios apretándose ligeramente, luego sonrió y desvió su mirada. Como si no hubiese visto a nadie.

—¿No vas a saludar a Elizabeth? —dijo mamá.

Negué con la cabeza, solo dios sabía lo humillantemente ignorado que sería si intentara tal cosa.

Lizie ha estado actuando como si nada hubiese pasado, y cuando digo nada, me refiero a un brillante y monumental nada. Como si jamás nos hubiésemos conocido siquiera. Y desearía poder estar molesto, pero me siento triste, deprimido. La semana pasada ni siquiera pude darle la carta de Gabriel. De hecho llevo dos fines de semana sin encontrar un lugar privado donde dársela. Y arrastrarla lejos de la multitud no estaba funcionando.

En medio de la cena, Magui se puso de pie, pasando junto a mí y golpeándome con su codo de un modo que debía parecer un accidente. Pero ella no se disculpó, así que…

Fruncí el ceño.

Mi mirada volvió a la mesa de los London, encontrándose con el ceño fruncido de Will. Vaya, ahora todo el mundo me odiaba. Esto iba a ser interesante.

Los London se quedaron por mucho tiempo, el mismo que nos llevó sentirnos capaces de caminar después de habernos atragantado con semejante pizza. Lizie salió con Magui pendiendo de su brazo y Will siguiéndolas con la mirada. Yo fui tras ellas en un alocado impulso.

—Lizie —ella no se detuvo, de hecho me ignoró. Vaya ¿se supone que yo soy el inmaduro?—. Elizabeth —dije con fuerza, y logré que se enderezara, dándome al menos un atisbo de que me escuchaba—. Necesito hablar contigo.

—Ella no quiere hablar contigo —dijo una extrañamente pedante Magui.

—Lizie, Gabriel… sabes que él…

—Solo dame las cartas y vete —dijo ella con firmeza, pero aún sin mirarme.

—No es así como funciona —susurré. Pero de hecho así era–. ¿Puedo al menos tener un minuto para hablar contigo?

Ella se volvió, sus ojos trabándose en mi mirada suplicante.

—Que sea rápido.

Su fría actitud no hacía más que asombrarme.

Magui nos dejó solos, dándome una oscura mirada antes de irse. Lizie caminó hasta una iluminada parada de autobús, la seguí fielmente hasta sentarme en el banco para mirarla deambular de un lado a otro. Sugerí que se sentará, pero ella solo me frunció el ceño.

—Lizie, yo…—comencé de modo patético, no quería seguir disculpándome, y no podía ver por qué tendría que hacerlo; pero desde que ella actuaba como si estuviese ofendida a causa de algo que hice, no veía que otra cosa podía hacer—…lo siento, por lo del otro día, por todo. Discúlpame, en serio.

Silencio.

—Diablos, soy un idiota. Desearía poder dejar de hacer cosas estúpidas por las que luego tuviese que disculparme.

Sus dedos tamborilearon sobre el soporte de hierro de la parada.

—Puedes… ponerme una penitencia, yo haré lo que sea que se te ocurra ¿Qué dices?

—Tengo que volver con mi familia —esa fue su respuestas.

Mis entrañas se revolvieron, y todas esas cosas que anduvieron en mi cabeza los últimos días, finalmente emergieron en un estrepitoso vomito verbal.

—Lizie, yo no puedo seguir con esto, me duele. Te extraño. ¡Diablos!, eres mi única amiga. Desearía haberte tratado mejor al principio, pero aún estaba demasiado nublado por todo, y todas las cosas que estaban pasando no estaban ayudando mucho. Pero no puedo seguir esperando en una maldita esquina a que tú cruces y vengas conmigo, y es una pésima analogía, pero es lo único que se me ocurre —tomé aire, muy consciente de que en cierta forma yo estaba jugando sucio—. Necesito saber si aún quieres ser mi amiga o si te he perdido definitivamente. Me duele no tenerte, pero tengo que saber si… el que siga insistiendo logrará algo o nuestra situación es irreversible —respiré profundo.

Lizie enjugó las lágrimas que yo no podía ver, y realmente estuve seguro de que había caído muy bajo con el chantaje emocional. Pero estaba desesperado.

—Yo… no sé qué decir —ella seguía viendo el soporte de hierro como si con él fuera el problema—. También te extraño, pero… es incomodo para mí.

Me levanté y la tomé del brazo, sus ojos por fin encontrándose con los míos.

—No lo hagamos complicado —ella desvió la vista, por lo que tuve que decir—: mírame. Sé que suena mal pero, ¿Por qué no fingimos que nada de esto pasó? Volvamos a como éramos antes.

Ella sonrió levemente.

—¿A cuando te acosaba?

Sonreí.

—Estaré feliz con eso.

—¡Chinche! —se oyó una voz ronca y familiar.

—Tengo que irme —dijo Lizie—, ¿Dónde están esas cartas que mencionaste?

Saqué del bolsillo de mi pantalón, dos cartas dobladas, y le sonreí al ofrecérselas. Ella me sonrió de vuelta. Luego se marchó, pero yo seguía sonriendo, porque estaba seguro de que mi amiga estaba de vuelta. Aún cuando las cosas serían complicadas, ya no estaría solo.

Cartas para ELLADonde viven las historias. Descúbrelo ahora