El vestido 5

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La última vez que había venido a la iglesia, el rostro de Gabriel brillaba sonriente en el altar —desde una foto, por supuesto—. El recuerdo no me hacía enteramente miserable, pero me encontraba bastante incomodo en la pequeña capilla. No entendía como Lizie había conseguido arrastrarme hasta allí, pero de alguna forma no pude decirle que no cuando me dijo que toda su familia había ido a una u otra actividad, y que ella quería compañía para ir a la misa de aquel domingo. Más tarde habría una reunión en su casa, pero ahora estaba atrapado en aquella pequeña capilla.

Me estaba costando todo de mí no dormirme en el incomodo banco de madera, sobre todo cuando cantaban —poniéndole el alma a cada nota—. Podían decir lo que quisieran, pero los niños del coro en El cielo podían cantar, tan armoniosamente que mis ojos se cerraban a su voluntad. Despertándome abruptamente cada vez que el público al unísono le contestaba algo al cura. O cuales sean los términos que se usan en las iglesias.

Lizie iba riéndose de mí en el camino a su casa. Y fue entonces cuando me di cuenta de que pasaríamos un montón de tiempo solos, al menos hasta que llegara el resto de sus invitados.

—¿Quieres oír un poco de música? —dijo ella.

Yo fruncí los labios al tiempo que me encogía de hombros. Cuando me di cuenta de que aquello podía ser interpretado como “no me importa”, asentí efusivamente con la cabeza.

Lizie puso alguna música en otro idioma, creo que era francés, por lo que sea, la cantante tenía una voz muy profunda y… excitante. O tal vez era la melodía, de cualquier forma, era extraño.

—Tengo algo para ti —anunció con timidez—. Es un regalo de navidad.

—Pero aún no es navidad.

Estaba un poco nervioso y emocionado por el recuerdo del último regalo que yo le había dado. Podía ver como ella era consciente de ello, me lo decía su diminuta sonrisa. Seguramente podía escuchar mi corazón desde aquella distancia.

—Es una tontería, la verdad no es un regalo, no completamente —ahora estaba ruborizada—. Solo es un… eh… recuerdo.

Ahora si estaba nervioso.

Para mi sorpresa, ella salió de la habitación, regresando un par de minutos después con algo entre sus manos. Vale, realmente se trataba de algo físico y tangible. De hecho era una corona. La corona que usó en sus quince, me di cuenta. La tomé y la estudié durante un momento, ¿Por qué me estaba regalando esto?

La miré, creo que la pregunta estaba escrita en mi rostro, porque ella rió antes de decir:

—Es que yo… um… te he visto tomando cosas, y creí que… bueno, que…

—Comprendo —dije rápidamente, era demasiado extraño verla balbucear, no formaba parte de la arrogante seguridad London.

Y de hecho comprendía, y me parecía fascinante que ella hubiese notado un detalle tan minúsculo como ese. Su regalo era el mejor y el peor que me habían dado en un tiempo. Porque era el recuerdo de aquel beso con Lizie, pero también me restregaba en la cara como le había fallado a mi mejor amigo. Aun así sonreí, curioso.

—¿Cómo supiste que colecciono cosas?

—Bueno, te vi mientras recogías un par de objetos y… —otra vez estaba dudando—…Gabriel lo mencionó en una de sus cartas.

Me congelé, todo rastro de sonrisa desapareció de mi rostro.

—¿Gabriel habla de mí en sus cartas?

Cartas para ELLADonde viven las historias. Descúbrelo ahora