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Tomé la píldora con cuidado de que nadie estuviese fisgoneando, las personas podían sacar alguna mala conclusión del chico de suéter grande. Ese soy yo. Escuché que algunos me llaman “mismo suéter”, pero creía firmemente que no tenía que modificar mi manera de vestir porque a determinada horda social no le agradara. Sin embargo no fui lo suficientemente cuidadoso. Un chico de ojos saltones que va en primer año me miraba fijamente por entre el enrejado de las canchas múltiples. Es difícil determinar si sus ojos desorbitados son por el pensamiento en su cabeza o a causa de alguna condición genética.
—¿Qué es eso, menor? —él me dijo, aún cuando era tal vez dos años menor que yo.
Yo le di un sorbo a mi termo de agua y lo miré de reojo.
—¿Tu qué crees? —dije, con los ojos estrechos y adoptando un aire misterioso.
Él tragó saliva.
—¿Tienes más, chamo?
Ladeé la cabeza, luego revisé mi mochila; podría jugarle una broma, pero no me encontraba tan aburrido. Vi el empaque de Loratadina, solo me quedaban dos.
Fruncí los labios, diciendo.
—Solo para mí, chico.
—Anda vale, un poquito —me insistió.
Me revisé las uñas distraídamente mientras pensaba que decirle, por alguna razón no quería aceptar que eran pastillas para mi alergia matutina.
—¡Darkinso! —ante la impetuosa voz del entrenador Miller, ambos nos volvimos como si estuviésemos perpetuando un asesinato—. Las canchas son área restringida, mueve tu culo fuera de mi aula de clases. ¡AHORA!
Troté vergonzosamente hasta el agujero en el enrejado por el que me había escurrido hasta las canchas. Y seguí trotando/corriendo porque el timbre sonó y el entrenador gritó:
—¡Vamos, vamos, vamos!
Él es uno de esos bonitos especímenes que hacen que el colegio parezca una especie de zona de guerra. Y para que conste, las canchas no son un área restringida.
Hoy es el primer día de clases, así que el chico ojos-saltones y yo, nos apresuramos al centro de la escuela, donde todos los alumnos están reunidos para algún mal discurso que nadie escuchará, y para que nos digan en que sección pasaremos el resto del año escolar. Saqué una manzana roja y perfecta de mi mochila, y le di un sonoro mordisco, y supongo que ese fue el momento en el que dijeron mi nombre, porque el último estudiante fue a clases con la señorita Suzzane, y yo seguía de pie en medio del patio.
—Eh, d-di-disculpe, señor, no le he oído nombrarme —tartamudeé de forma patética.
—Estoy seguro de haberte nombrado, Darkinso —murmuró el director Deep, mientras comprobaba la lista en su mano—. Aquí está, tienes clases con el señor Miller justo ahora. No sé porqué sigues aquí.
Yo intenté cambiar la expresión en mi rostro. Deportes cada lunes a primera hora. Una cosa maravillosa, otra razón más para amar ciegamente el despertar temprano un lunes por la mañana.
Le di otro mordisco a la manzana mientras caminaba hacia el “área restringida”, el entrenador alzó su mirada al cielo cuando me vio dar vuelta en las gradas. Sonreí. Algo me dice que no seré el único que odie aún más levantarse cada lunes a partir de ahora.
—Bien, tropa, quiero quince vueltas al área —dijo Miller—, mientras termino con este plan de evaluación.
Las quejas no se hicieron esperar, pero aún así todos obedecimos fielmente a las doctrinas del tirano. El “área” era la unión de tres canchas múltiples, por lo que eran unas quejas justificadas, no eran las únicas canchas del colegio, pero eran las más grandes. Supongo que es una especie de milagro el que no juguemos futbol campo en la escuela.
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Cartas para ELLA
RomanceAnticipandose a su muerte, Gabriel ha dejado una caja llena de cartas para una persona muy importante en su vida. Dedos, en medio de su dolor por la pérdida de su mejor amigo, queda abatido al descubrir que todas las cartas van dirigidas a Elizabeth...