Los celos 4

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Tenía planeado entregarle a Lizie mi regalo en navidad, pero dadas las circunstancias, decidí posponerlo hasta año nuevo. Sin embargo, sí le entregué la carta de la semana. Ella sonrió y me dio un beso en la mejilla que estuvo peligrosamente cerca de la comisura de mi labio.

—¿Qué vas a hacer en la víspera de año nuevo? —preguntó.

—Estar con los Salinas —dije—, mi padre y Santiago son muy cercanos, como mejores amigos, así que todos somos como familia. El viejo Maxi dijo que también vendría. ¿Tú que harás? ¿Están aún los veintiún miembros contigo?

—Lo están. Augus está furiosa, los hijos de mi tío Guillermo están volviéndola loca.

—Creí que solo tenías un tío llamado Thomas.

—Sí, así es, pero Napoleon, Guillermo y Samuel, son demasiado viejos para llamarlos primos. Ellos eran primos de mi padre —explicó.

—Ustedes necesitan jerarquizar su árbol genealógico.

Lizie sonrió. —Lo sé.

Tomó mi mano y no la soltó hasta estar frente a Los helados del señor. Compramos nuestro usual cono de chocolate, y nos sentamos dentro del local a mirar pasar a la chusma. No recordaba la última vez que me había dirigido hacia la gente con aquel nombre, Lizie había resultado ser un refrescante cambio de aires. Era increíble cómo me había cambiado en tan poco tiempo. Por un acto de caridad o no, no me  importaba. Elizabeth London era lo mejor que me había pasado tras la muerte de Gabriel.

Hablamos de un montón de cosas, como siempre, ella me contó de todos los lugares en los que había estado, al parecer no eran muchos, debido a que Brian se negaba a sacarla del país siendo tan pequeña. Resultaba que tan solo había estado en Italia —sus palabras, no las mías—, pero aún así había ido a muchos lugares en Venezuela a los que yo, por supuesto, no lo había hecho. Que no era extraño porque yo nunca había ido fuera del estado. En mi defensa, Bolívar era el estado más grande de Venezuela. Entonces pasamos a temas más íntimos, acerca de sus miedos y creencias y cosas por el estilo, resultaba que Lizie también estaba preocupada por uno de sus hermanos —primo—, que había estado molesto y deprimido desde hacía algunas semanas.

—Lo escuché peleando con tu hermano en la noche de navidad —dijo ella.

—¿A quién? —pregunté.

—A Braulio. Lucían muy tensos, pero no entendí porqué discutían, creo que algo acerca de una chica.

—Dios, ¿crees que estén peleándose por la misma mujer?

Ella negó con la cabeza. —Sé que Braulio no haría eso, tal vez tú estuvieses ausente los últimos quince años, pero ese par siempre han sido muy unidos, bueno, los tres. Ernesto también. Así que sé que Braulio no arriesgaría una amistad como esa por una mujer.

—¿Son así de cercanos?

Ella me miró. —Tú de verdad has estado viviendo en una cueva —dijo—, apuesto a que si quiera recuerdas que los gemelos me llevaban a tu casa cuando yo era más pequeña.

Sonreí, estaba de humor para jugar. —Bueno, eso sí lo recuerdo. Solías ser una niña tremenda.

—Ja, tú solías ser un gilipollas.

—No uses insultos extranjeros —me quejé, sonriendo—, además, estoy bastante seguro de que al menos yo no andaba besando niños por ahí.

Los ojos de Lizie se abrieron ligeramente, pero no demostró ninguna otra señal de que le hubiese afectado algún recuerdo.

Cartas para ELLADonde viven las historias. Descúbrelo ahora