Sonrío y entonces comienzo a correr 3

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Lizie y yo fuimos al bosque algunos días de las semanas siguientes. Era el único lugar en el que nos besábamos, era el único lugar donde me sentía libre para estar con ella. Fuera del bosque, éramos tan amigos como siempre habíamos sido, aunque ahora manteníamos una distancia un poco más razonable. Creo que ambos teníamos miedo de ser descubiertos. Aunque no era como si la gente ya no se lo imaginara.

Amaba nuestras tardes en el bosque, amaba besarla, y amaba que ella me dejara tocarla en… ciertos lugares que nunca creí que me permitiera hacerlo. Pero odiaba el que estuviésemos escondiéndonos, porque si lo ocultábamos, entonces no podía ser algo muy bueno.

Un día nos detuvimos, aunque no dijimos nada al respecto. Fuimos hasta el bosque, nos sentamos en la laja, y simplemente hicimos la tarea del colegio. Al día siguiente estudiamos para un examen, y el resto fue muy parecido a esos días. En algunos momentos nuestras miradas se encontraban y se producía el extraño choque, ese que nos empujaba uno hacia el otro. Pero nada sucedía. Desviábamos la vista y como si nada hubiese pasado.

Volvimos a ir al cine, volvimos a comer helado, volvimos a abrazarnos como si el mundo fuera de nuestros brazos fuese innecesario. Y volví a amarla en silencio.

Por supuesto que aún había tensión, y por supuesto que aún había interés. Simplemente creo que Lizie descubrió lo que yo había descubierto, no estaba bien ocultarnos.

—¿Algún día estarás listo? —preguntó Lizie en una ocasión, mientras la abrazaba.

—Trabajo en ello, Lizie, trabajo en ello —fue mi única respuesta. Porque yo realmente estaba trabajando en buscar esa bendita cláusula en mi promesa.

La fecha elefante en el calendario estaba a pocas semanas. Gabriel había muerto un sábado, este  año caería Domingo, 13 de Junio. Y la fecha me sonaba de algo. Era el día en el que los Salinas y yo iríamos a la iglesia para rezar por él, y luego al cementerio a dejarle flores a su cuerpo descompuesto. Prueba de lo mucho que yo estaba cambiando, era el que me pareciera insoportable pensar en su cuerpo comido por gusanos, cuando antes no había sido un problema.

Fue mientras estaba en clases con el señor Miller, practicando diferentes tipos de pases en el básquetbol, cuando lo descubrí: el 13 de Junio era el cumpleaños de Will, quien insistía en celebrarlo el mismo día. No sabía cómo sentirme acerca de ir a festejar el día en que mi mejor amigo cumplía un año de haber muerto, por lo que decidí no pensar en eso por el momento.

Cierto día, mi hermano llevó a casa a Braulio para cenar. Mi madre había sido advertida, por lo que pasó gran parte de la tarde cocinando para la ocasión ¡hasta hizo helado de chocolate! La noche fue rara, lo admito, pero al mismo tiempo se sintió natural. Nadie podría decir con solo verlos que aquel par eran pareja, lucían tan amigos y amigables como Gabriel y yo habíamos sido, solo que con cierta complicidad en sus miradas, como si intercambiaran el secreto de la vida con cada vistazo. Sabía que, aunque fingiera estupendamente bien, yo aún no me había hecho a la idea; no que no lo aceptara, era solo que estaba curioso. Feliz porque mi hermano era feliz, sí, pero desde que escuchar hablar de algo no es igual que verlo, aún repetía en mi cabeza “mi hermano es gay, tiene un novio y lo ama. Y muy seguramente tenga sexo con su novio”

Will y yo habíamos practicado con menos frecuencia, y como tenía más tiempo de sanar, mis movimientos estaban mejorando; o al menos esa era mi teoría. En cuanto a Magui, ella había dejado a su novio, y ahora predicaba que los hombres no servían para nada, a no ser que engendraran las mujeres del futuro. Extrañamente, Will no dejaba de repetir que aquel era su momento, pero aún así no terminaba de decidirse. Tal vez era que pensaba que ella volvería a malinterpretarlo. Y mientras el ensayaba su discurso en el espejo, Magui había encontrado un nuevo sujeto con el cual entretenerse, y parecía que de nuevo le daba el visto bueno a los hombres.

Pobre Will.

El corazón de Marcus parecía haber sanado, ahora solía detenerse en el corredor del colegio, y manteníamos una breve conversación; me pedía estudiar conmigo y con Will, lo que yo odiaba completamente, porque estudiar con él era leer algo diez veces y finalmente rendirse al comprender que nunca entraría en su cabeza. Pero Will era muy paciente, resultó ser un buen profesor, así que las calificaciones de Marcus también mejoraban, lo que era muy bueno, porque necesitaba subir sus notas si quería por fin cambiar el color de su camisa y dejar de ser un King Kong vestido de azul. Él no estaba en nuestra sección, pero nos las arreglábamos para encajar sus estudios.

Lizie. Y. Yo.

Tres palabras tan bonitas, juntas en un contexto aún más hermoso.

Ambos habíamos comenzado a ir al salón de prácticas en la mansión, en lugar del bosque. A veces Lizie ponía música y bailábamos, solos, en la habitación; y yo notaba como ya no medíamos lo mismo, como al principio del año escolar, ahora yo le llevaba un par de notables centímetros. Otras veces ella me leía sus poemas favoritos y me enseñaba a hablar en otros idiomas, clases que comenzaron a suplantar las de Will. Me sentía como si los London estuviesen moldeándome. Me gustaba que los London estuviesen moldeándome.

Lana, la chica nueva en el colegio y en el pueblo, se unía a nosotros en nuestras tardes de estudio. Dejó de hacerlo cuando nos descubrió mirándonos significativamente. Pero entonces Lizie había invitado a Erick y a su otra amiga —que no era Sara, porque Lizie no quería verla—, y Lana volvió con nosotros.

Lizie y yo fuimos al cine, visitamos a nuestros hermanos, comimos pizza en nuestro restaurante favorito, nadamos en diferentes lagos y ríos a los que escapábamos cada vez que Will robaba el auto de su padre. El tiempo parecía eterno, como si nada tuviese el valor para terminar, pero entonces algo lo hizo. Algo que al mismo tiempo marcaba el comienzo de una nueva era, una que no estaba seguro de cómo manejar.

Las cartas se habían terminado.

Rudy me miró con una triste sonrisa apretada en su rostro.

—¿De verdad es la última?

Ella asintió.

No quería lucir estúpido, pero seguí y seguí insistiendo hasta que me convencí, aunque aún no estaba satisfecho. No podía ser verdad, me negaba a creerlo. Resultaba bastante obvio que aquellas cartas debían terminar alguna vez, que Gabriel había escrito solo un determinado número de ellas, pero creí que tenía más tiempo, creí que podría despedirme de alguna manera. No sé cómo, solo de alguna manera. Y ahora todo había terminado, y yo miraba aquel pedazo de papel como si tuviese la peste, porque había sido el que marcó el final. Un final que no podía creer que hubiese llegado.

Pero lo hizo.

Era la última carta.

Gabriel, oficialmente, se había ido.

Cartas para ELLADonde viven las historias. Descúbrelo ahora