Sonrío y entonces comienzo a correr 1

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Después de eso, Brian había vuelto a darse cuenta de mi presencia, y me había pedido —en lo que él consideraba como su tono amable— que les permitiera un momento en familia. Lizie me había alcanzado justo en nuestra esquina, estaba sonriendo, realmente sonriendo, como si lo anterior nunca hubiese ocurrido. Fuimos por helados y hamburguesas, porque Lizie no había almorzado y yo ya tenía hambre. Hablamos de banalidades y la invité al cine ese fin de semana. Lizie dijo que no tenía muchas ganas, pero yo insistí y ella accedió finalmente.

Pero nuestros planes cambiaron, porque al día siguiente algo había sucedido con Will, él no quería salir de su habitación, y Lizie no podía entrar porque él la amenazaba con que estaba desnudo. Al final yo había sido forzado a entrar, y lo hice con una mano cubriendo mis ojos, porque realmente no necesitaba la imagen de Will desnudo en su habitación.

Escuché su risa antes de que hablara:

—Creí que había quedado claro que lo nuestro no sucedería —dijo.

Creo que me sonrojé, porque él rió aún más. Furioso, aparté mi mano de mis ojos. Will no estaba desnudo, pero estaba panza arriba en su cama, mirando al techo como si allí estuviesen escritas las respuestas del universo.

—Bien, entonces, ¿Cuál es el problema?

—Magui —susurró él.

Tuve miedo de preguntar.

—¿Qué le hiciste?

Él simplemente me miró, luego volvió a fijarse en el techo de su cuarto, y yo noté por vez primera los dibujos que había en él. Era un collage de rostros, unos sobre puestos a otros. Pero ninguno se me hacía familiar, solo eran rostros.

—¿Por qué todo mundo supone que yo le hice algo? Incluso ella cree que tramo algo, ¿por qué las intenciones del adoptado siempre son mezquinas?, ¿sabes? —él suspiró, derrotado—. Desearía ser tú por un momento, que todos me vean como una buena persona, y que todo lo que diga sea oro para alguien.

Yo bufé sin proponérmelo.

—Yo no soy una buena persona, simplemente callo la mayoría de mis pensamientos. Tal vez debas intentarlo —aconsejé.

—Sí, tal vez.

—Y nadie piensa que lo que digo es oro.

Ahora él bufó, pero no dijo nada. Creo que practicaba mi consejo.

—¿Qué sucedió?

—Le dije como me sentía, pero entonces ella solo se rió de mí, y luego se molestó mucho cuando insistí en que hablaba en serio. Me dijo que ella era más inteligente que eso, que no pensaba permitirme jugar con ella de esa forma, que yo era un estúpido niño engreído. Oh, y que no era tan guapo como yo creía.

—¡Wow!

—Lo sé. Ella simplemente creyó que yo estaba siendo yo. De hecho me lo dijo, y eso... dolió —se desinfló como un globo, creo que era una especie de gran paso hablar de cómo se sentía—. Si, lo he dicho, el que Magui piense cosas malas de mí duele como...

—...el infierno —sugerí.

—Como una maldita patada en las bolas.

Ya podía hacerme una idea.

La puerta se abrió. —No me importa que estés desnudo, William Nataniel London, eso no va a impedir que te arme una por lo que le hiciste a Magui. ¿Cómo te atreves a...? ella es como nuestra hermana, deberías alejar a los tipos que intentan hacer esas cosas... jugar con ella de esa manera, te creía mejor que eso.

Cartas para ELLADonde viven las historias. Descúbrelo ahora