Mamá London 1

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—No hagas esto, por favor —sollozó.

Yo podía alegar que estaba en estado de shock, pero desde el funeral hasta ahora, no me había enterado de cómo era estar en shock, así que.

—Puedo parecer que lo tengo todo, pero no es así —se explicó. Yo le fruncí el ceño, inseguro de a qué se refería—. No me mires de ese modo, por favor. Brian dice que soy demasiado joven para estar enamorada, pero yo no pienso del mismo modo. Te… amo.

Eso fue lo que me hizo regresar de cualquier lugar en el que estaba. Elizabeth London me amaba. ¿Conocía alguien palabras más bonitas? Lo dudaba.

—Mírate, parece como si te hubiese abofeteado de nuevo —se sonrojó ante el recuerdo—. Lo siento, no tengo derecho a presionarte de esta manera.

Lizie dio un paso en mi dirección, pero yo me alejé, no estaba seguro de lo que sería capaz de hacer con este nuevo conocimiento, pero lo estaba de una cosa: yo no la merecía. Ella era hermosa, sensible, considerada, malditamente perfecta, no tenía miedo de demostrar lo que sentía; en cambio yo, yo era un cobarde.

Era tan injusta la forma en la que trabajaban las cosas, Gabriel habría sido perfecto para ella. Él la habría amado y cuidado del modo en el que Lizie merece, y jamás la habría hecho llorar como lo estaba haciendo yo ahora. Me conocía lo suficientemente bien para saber que lágrimas era lo único que le traería a Elizabeth London. Esa era otra razón de que me retirara, tal vez ahora las derrame durante algún tiempo, pero no será ni la mitad de doloroso de lo que sería estar conmigo. No soy una buena compañía.

—Por favor, Lizie, solo seamos amigos —susurré.

Ella gruñó, bueno, creo que se parecía más a un rugido. Vino contra mí, golpeando mi pecho repetidas veces, tomé sus manos, pero era muy fuerte.

—Basta, joder, cálmate —medio grité.

—¡Largó! —fue su única respuesta.

Estaba comenzado a creer que Lizie era bipolar o algo por el estilo, tal vez necesitara algunas citas con William. Era lo que pensaba, y con mi nueva cosa de no limitarme a pensar, sino también hablar, me gané dos buenos bofetones. Eso me enfureció, yo no era su maldita pera de boxeo, ella debía aprender a controlarse.

Perdí la cuenta de cuantas maldiciones solté antes de que Lizie dejara de pelear. Tenía miedo de soltarla, dar media vuelta para marcharme, y ser atacado por la retaguardia.

—Jesús, tienes que ir a clases de relajación o algo.

Lizie hiperventiló un par de segundos más. —Lo siento —susurró—, de nuevo estoy haciéndolo, actuar como si me pertenecieras y pudiera tenerte a la fuerza. Lo siento.

Sip, ella tenía que ser bipolar.

—No, soy yo quien lo lamenta, no debí haberte besado de esa manera en primer lugar.

No, no debí haberlo hecho, no sé que me había pasado, pero eso había estado mal. Había estado muy mal. Era como jugar con sus sentimientos ¿cuándo me había convertido en un cerdo asqueroso?

La amaba, yo la amaba. Pero este conocimiento solo me hacía más miserable, porque yo podía detener el sufrimiento de Lizie, pero no estaba haciéndolo. ¿Así se había sentido mi hermano? ¿Es que acaso los Darkinso solo le traían sufrimiento a los London? Desearía romper ese círculo, pero no sabía cómo hacerlo, o mejor dicho, no podía hacerlo.

Lizie asintió con la cabeza, elevando su quijada, dándome la fría mirada London. Pero yo podía ver a través de ella, y me dolió como el infierno lo que vi.

Cartas para ELLADonde viven las historias. Descúbrelo ahora