Mamá London 9

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Así fue como me enteré que no había nadie más en casa. Porque Lizie lloraba desconsoladamente y nadie había acudido. Se lanzó en brazos de Will, sollozando un montón de frases que yo no lograba entender, Will apretaba sus ojos mientras acariciaba los listones dorados que se mecían con cada sollozo que Lizie daba.

Cuando logré escuchar la frase que ella estaba repitiendo como un mantra, entendí que Will la había escuchado a la primera. Porque lizie decía: Creí que ella vendría esta vez. Creí que ella realmente aparecería esta vez. Soy una estúpida. Confié en que asistiría. Desesperadamente deseaba que ella apareciera.

Diablos. Solo había una forma en la que todo eso tuviese sentido, deseaba que estuviese equivocado, yo jodidamente quería que su madre no hubiese producido este desmoronamiento en Lizie. Porque eso sería un problema serio que ni yo ni Will podríamos solucionar.

Cuando ella se calmó lo suficiente para que pudiera mantener una conversación, Will comenzó a preguntar.

Ella había consentido una cita con su madre para aquella tarde, no le dijo nada a nadie porque creyó que se dedicarían a pronosticar malos augurios acerca de su cita, y sobre como su madre no asistiría. Mi respeto por Will creció cuando no señaló que justo eso había pasado. De cualquier forma, Lizie había ido allí, y había esperado toda la tarde en un bonito restaurante en Ciudad Guayana. Pero su madre nunca apareció.

—Las primeras dos horas me pregunté qué podría estarla reteniendo de esa manera; pasadas dos horas más, comencé a inventarme razones por las que ella no asistiría. Pero luego, hace hora y media, me envió un mensaje diciendo… —Lizie sollozó— yo realmente creí que aparecería, tenía tantas ganas de conocerla.

—Maldita egoísta —siseó Will.

Lizie no dijo nada más. Sus lágrimas caían de sus ojos, por sus mejillas, boca, mentón, y terminaban en el cuello alto de su blusa. Era doloroso mirarla, no podía soportar verla de aquella forma.

Me puse de pie y me senté junto a ella, aunque no sabía que decir.

Si estuviéramos solos la besaría para que pensara en otra cosa, aunque esa otra cosa fuera empujarme lejos. Pero Will estaba aquí y Lizie seguía llorando en silencio.

—¿Quieres que te cuente una historia? —dije. Ella asintió lentamente.

Era la única historia que conocía de memoria, se llamaba Globos de colores, y comenzaba así:

Cuando la noche era demasiado fría para sus débiles huesitos, mami estuvo allí, tratando de explicarle a un pequeño niño porque su cuerpo era más débil que el de los demás. Cuando su pecho ardía por correr detrás de los otros niños, mami estuvo allí, tratando de explicarle a un pequeño niño que su corazón era especial y que debía ser cuidado mucho más que el corazón de los otros niños. Cuando aquel niño la vio bailar y su corazón latió de manera extraña, mami estuvo allí, tratando de explicarle a un pequeño niño lo que era el amor, y como le regalaría latidos a su corazón especial.

Ella era su vecina, una pequeña niña de trenzas detrás de su cabeza. Y él la miraba bailar en las clases de danza en las que mami lo había inscrito como única actividad física. Él amaba el baile, y todos amaban el que algo le entusiasmara tanto. Y él siguió mirándola bailar, mientras mil soles se pusieron, aún cuando él ya casi no era un niño, porque ella seguía bailando en el centro de la sala. Y él la miraba.

Y su corazón ganaba un nuevo latido con cada vistazo.

Un día él fue a verla ensayar para un hermoso musical, él estaba muy atrás y mami y papi se sentaban a su lado, compartiendo miradas conocedoras y esperanzadas, felices porque veían la felicidad que le producía a su hijo ver bailar a aquella niña. Antes de darse cuenta, él estaba junto al escenario, y sonreía porque ella le sonreía.

Cartas para ELLADonde viven las historias. Descúbrelo ahora