15. Fe-Li-Na

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13 de diciembre de 2020

Han pasado casi tres largas e infernales semanas desde ese arranque de... bueno de lo que haya sido que tuve aquella noche en la suite donde casi tuve sexo con Gianna. Definitivamente no puedo llamarlo de otra forma. ¿Hacer el amor? Lo dudo. Eso solo ocurre entre personas que se aman. En cambio, yo solo decepcionaría a Gianna con solo darle la oportunidad a que me regale su corazón. Ella se merece a alguien mucho mejor que yo.

- Listo, señorita Lacroix. Ya está desinfectada su palma . La herida cicatrizó a la perfección. Así que puede volver a pintar cuando desee.

- Muchas gracias, doctora. Me alegra no haber tenido que recibir puntos -respondo en una sonrisa-.

Le echo una mirada a mi mano y no encuentro ni una marca heredada del espejo roto. Las cicatrices las llevamos adentro. Allí donde nadie las puede ver. Pero sí que las sentimos aún abiertas, sangrando sin control en una orgía perpetua de lo que debimos y no debimos decirnos.

Aún siguen frescos los aguijones de terror que se clavaron a lo largo de mi columna vertebral esa noche luego de que le grité que se largara de mi lado. No, el miedo no era por lo que ella podría hacer en un momento de desenfreno sino por mí misma. Soy una bomba de tiempo que solo necesita de un pequeño empujón para empezar la cuenta atrás. La discusión fue ese "empujón" al precipicio donde me aguardaba mi adicción.

La herida nunca fue profunda ni riesgosa, pero vaya que mi años de adolescente mentirosa fueron suficientes para hacerles creer a los del hotel que era responsabilidad suya el haberme cortado. La pata de madera de un mueble me hizo -supuestamente- tropezar y estampar mi mano contra el vidrio. Mis lágrimas enternecen a quien sea. Bastaron unas disculpas por parte del gerente y el hecho de que no me cobrasen por el espejo roto suficiente para que yo olvidara el incidente. Claro, también me pagaron la visita a la clínica.

Apenas eran las diez de la noche cuando ya vendada de la mano y con el corazón a mil me decidí a entrar al Starbucks en Baker Street. Allí es donde sería la venta. Pedí un café expreso y un croissant de mantequilla solo para aparentar. Un par de minutos transcurrieron mientras preparaban mi pedido, pero desde que entré al establecimiento, supe dónde estaba mi contacto.

Una vez que me entregan el café me giro hacia las mesas y termino avanzando hacia la barra junto a la ventana. Una joven más o menos de mi edad, de cabellos rubios y muy bien cambiada me echa una mirada de complicidad. Nos saludamos de manera amistosa, para luego hablar del frío clima londinense de esta noche. Creo que no fueron ni cinco minutos cuando ella se despide con un "llámame para cualquier cosa".

"Comprar cristales sigue siendo tan fácil como en mis tiempos de universidad en París" es lo primero que cruza por mi mente cuando me levanto para abandonar el Starbucks, pero llevándome el envase de café que intercambiamos. Ella se llevó el mío que quedó lleno de café, mientras que el que tengo lleva una bolsita con tres gramos de cristales. Apuesto a que el precio del espejo que rompí en la suite cuesta más que esta bolsita. Razón suficiente para no tener cargo de conciencia por gastar quinientas libras esterlinas en un rato de placer.

Recuerdo que esa noche dudé mucho sobre a dónde ir para devorar esos cristales luego de tres años completamente limpia. Tenía que ser un lugar un poco especial. No siempre rompes tu juramento de no volver a consumir. Gianna había sido suficiente motivo para echar a la mierda mi colección de medallitas plateadas que obtuve al ir a rehabilitación. Tenía planeado volver a París en febrero solo para recoger mi medallita de "4 años". Esa noche no me importaba nada. Todo el esfuerzo se iría a la basura en un solo chasquido. El placer me inundaría de pies a cabeza. Me haría sentir la mujer más llena de vida por unos segundos, para luego caer en la desolación.

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