23. Paraíso Infernal

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31 de diciembre de 2020

Fue una bonita mañana en la torre Eiffel al lado de mi novia. Nos cansamos de tomarnos selfis -aunque todavía habría que esperar el momento preciso para hacerlas públicas-, luego nos fuimos a tomar café y comer croissants a unos los tradicionales bistró que abundan en las faldas de la torre. Todo fue muy romántico para mí, ya que era la primera vez que me sentí libre de tomarla de la mano, abrazarla por la cintura y besarla cuando quisiera. Sí, ya lo hemos hecho otras veces desde que llegamos a Francia, pero recién ahora somos novias. Además, en los días anteriores, estuve con los ánimos en el suelo por estar destruyendo a mi familia. Mi papá no se merece tener el corazón quebrado ante el rechazo de Mika. Yo soy la única culpable de eso.

Sé que me sentiría mucho peor si hubiese permitido que Mika aceptara casarse con papá. Yo estaría viviendo un frío y silencioso amor hacia la única mujer que ha logrado tocarme el corazón, volviéndolo cálido y palpitante. Cualquiera de ambas posibilidades me dejaba herida. Solo espero haber tomado la mejor de las decisiones. Solo he tenido buenas intenciones en todo momento.

- ¿En qué piensas tanto? -pregunta mi novia-

Lo último que quiero es deprimirla con el mar de ideas que alborota a mi mente.

- Estaba pensando en que... Quizá podríamos volver a intentarlo -exclamo en medio de un sonrojo en mis mejillas-.

- ¿Intentarlo? ¿A qué te...? ¡Ahh!

Su risa logra despejar a la vergüenza que me consumía. Agradezco no tener que darle más "pistas" para que entienda a lo que me refiero. Todas las cosas han sucedido tan rápido en las últimas semanas que no he podido detenerme a reflexionar en cada una de ellas. Sin embargo, tengo claro que la noche en Roma fue algo demasiado apresurado. Era imposible que estuviésemos listas para hacer el amor. Incluso ahora con todo lo que sucede en mi entorno familiar y sentimental, sigo con ciertas limitaciones, pero no todos los días le pides ser tu novia a la chica de tus sueños. Y mucho menos, en la mismísima torre Eiffel durante una mañana nevada.

- No te quiero presionar -murmuro casi dándomelas de experta en esa cuestión-.

- Descuida que no lo estás haciendo, amor.

Responde, acercándose a mí para besarme suavemente en los labios. El ritmo cardiaco se me descontroló y sentí que mi cuerpo me ardía de pasión por lo rico que sus labios quemaban a los míos. Con ese beso estuve segura de que ninguna de las dos se arrepentiría de lo que sucedería cuando volviésemos a mi suite.

Habíamos decidido dar una vuelta por las tiendas que abundan en el centro de la ciudad. Sin embargo, mi atención era casi nula con la ropa de diseñador que veíamos. Todo producto del desenfrenado deseo que le tenía ahora por querer ir más allá de los besos con la mujer que tanto amo. Incluso, me sentía más nerviosa y ansiosa que durante mi primera vez. Tal vez porque en ese tiempo era aún una adolescente al igual que Leonor, y solo queríamos experimentar hasta dónde podía llegar nuestra amistad sin cruzar los límites del no retorno.

Volvimos al hotel cargadas de bolsas de compras. Nuestra última salida de shopping del año no podía limitarse a solo ver y no comprar. El sol del mediodía seguía oculto entre las nubes parisinas. Una manera grisácea de despedir el año, pero juntas podríamos convertir este día en uno de los más especiales en nuestras vidas.

- ¿Quieres que ya pida el almuerzo o lo dejamos para después de...? ¿Qué pasa?

Su pregunta me toma desprevenida. Debo lucir como un fantasma por la manera en que me mira.

Las Reglas del JuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora