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Adrien yacía medio incorporado en su cama, con el cuerpo envuelto en sudor, y unos calzones cortos como única prenda que cubriera su cuerpo. Respiraba como si acabase de correr una larga distancia, y mantenía los ojos cerrados con tanta fuerza que parecía que jamás podría abrirlos de nuevo.

Pero los abrió. Al hacerlo, la oscuridad de la habitación le dio la bienvenida, y la claridad que entraba por los cristales del balcón tiñó su alcoba de sombras.

La maldita pesadilla que acababa de tener lo había puesto en guardia y le había removido el cuerpo y la mente con el impacto arrollador de un huracán.

Se levantó renqueante, y alzó una mano para frotarse los ojos húmedos de las lágrimas. Siempre le sucedía lo mismo cuando soñaba con aquel momento.

Él en el carruaje observando cómo llegaba David al Diente de León y cómo ella bajaba del coche, con su túnica de capucha y sus rizos incontrolables que salían entre la tela y se mecían por el viento.

Adrien siempre lloraba por la impotencia de contemplar su traición, pero esta vez, esta vez... El sueño había cambiado. Y ese cambio lo estaba destrozando. Eran apenas las cuatro de la madrugada y no podía seguir durmiendo atribulado como estaba.

¿Era posible? ¿Sería real lo que había soñado?

Adrien nunca se equivocaba con esas cosas, porque identificaba la fisonomía de las personas con mucha facilidad.

Y si él no fallaba, entonces algo no cuadraba.

Debía averiguar si estaba en lo cierto, y lo haría en cuanto amaneciera.

Marinette permanecía agachada en la zona de la arboleda del descuidado jardín del que había sido su preciosa e idílica casa. Con ojos indagadores, cuidaba de que no hubiese ninguna luz de la mansión encendida; y no la había.

Después de la fiesta, cuando todos descansaban ya en sus dormitorios del grandioso ajetreo y de la exitosa organización del evento, la joven había acudido a Nino para pedirle ayuda.

Desde que el día anterior había visto a su padre tan mal y con la casa familiar tan abandonada, no se sentía bien consigo misma.

¿Por qué? ¿Por qué debía mostrar deferencia con el hombre que nunca creyó en ella? Él no la defendió cuando se la llevaron de su lado. Entonces, ¿qué razón había para que ella estuviese allí con el egipcio, dispuesta a llevarse a su progenitor de ese lugar que parecía un purgatorio?

Solo había una respuesta a esa pregunta: los sentimientos. Marinette todavía los conservaba y los buenos recuerdos aún la perseguían. Pero no solo eso; también no saber qué fue lo que había pasado con su padre le hacía hervir la sangre. El duque de Gloucester había sido respetado y envidiado a partes iguales. Era uno de los mejores amigos del rey Jorge III, y uno de los prohombres más influyentes de Inglaterra.

¿Qué le había pasado para desmejorar de aquel modo? ¿Por qué lo habían abandonado? ¿Y el servicio? ¿Dónde estaban?

Nino, con sus ojos suspicaces y el pelo corto negro como el ala de un cuervo, miró a un lado y al otro, asegurando el perímetro, vigilando que no apareciera nadie por sorpresa.

—¿Estás segura de que no hay nadie más aparte del cuidador dentro de la casa? —preguntó el hombre oculto al lado de la joven.

—Estoy convencida. Por aquí hace siglos que no viene nadie, Nino. Mira el jardín, mira la fachada... Algunos cristales están rotos. Parece una casa fantasma, y los que viven en ella no es que estén muy vivos, precisamente.

—¿Estás convencida de lo que vas a hacer, Marinette? —La miró de frente, como siempre hacía. Nino nunca miraba de soslayo; si tenía que decirte algo, te encaraba con todas las consecuencias. Tal vez por eso había sido tan mal esclavo; porque siempre miraba a sus amos directamente a los ojos, y nunca los bajaba al suelo.

Panthers (Adrinette)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora