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Marinette aguardaba frente a la catedral de Gloucester. El príncipe Osric la fundó en el año 678, y Marinette amaba aquel lugar. Le encantaba su estilo románico y gótico, su bóveda de crucería; los detalles del orégano en el pórtico y el techo glorioso, fruto de un trabajo impecable de los artesanos. El claustro, sus pasillos llenos de luz y colorido, su arquitectura repleta de maravillosos tecnicismos...

En aquella abadía, Nathaniel y ella habían hablado muchísimas veces; les encantaban sus jardines, y conversaban sobre la vida, sobre el amor, sobre el más allá.

Ahí, Nathaniel le lloró por la muerte de sus padres.

En aquel lugar, ella, con solo nueve años, le reconoció que le gustaba Adrien Agreste más que el chocolate.

Frente a la estatua del obispo Hooper, se juraron que siempre se tendrían el uno al otro, y que nunca se defraudarían.

Marinette temblaba por la emoción de volver a ver a su querido primo; el único que luchó por ella, el único que la defendió, el único que creyó a ciegas en su inocencia.

Se había puesto una capa roja oscura, que contrastaba con el verde que rodeaba la estatua del obispo. Un vestido blanco con una cinta negra por debajo de su pecho completaba su atuendo. Los zapatos de tela blancos se le habían manchado por la lluvia y el barro que había levantado en el césped de la abadía. Había dejado su carruaje afuera, para entrar caminando hasta los condominios de la catedral.

¿Cómo reaccionaría Nathaniel cuando supiera que era ella quien estaba detrás de su misteriosa cita? Marinette se agarró a los barrotes de hierro que rodeaban la figura del obispo y observó las débiles gotas de lluvia que se deslizaban a través del monumento.

Nathaniel había dejado de lado a su padre, y eso nunca se lo reprocharía. Si le hacían daño, nunca perdonaba, pues era un hombre de principios muy sólidos, y no había nada que odiase más que la traición.

Pero Nathaniel, contra la opinión popular, había salido adelante, con su propio esfuerzo, manteniendo el hogar que su padre compró para él, viviendo de sus propias inversiones.

No había nada que reprocharle a Nathaniel.

El rey Jorge no le había remunerado, pues él siempre defendió la honorabilidad de su prima, y Su Majestad consideró que sus opiniones iban en contra del bien de la Corona, así que Nathaniel no se llevó una libra.

Ni un título honorífico cayó de su lado, como sí recibieron Vincent y Theo. Ni un gracias.

Además, Nathaniel se esforzó por salvarle la vida y liberarla de los asaltantes. Eso fue lo que apuntó Lê Chiến Kim en su declaración. Pero con tal de no hundir más al

pobre Tom Dupain, el rey Jorge decidió dispensarlo de su actitud.

¿Habría cambiado mucho Nathaniel? Tenía tantísimas ganas de verle...

—¿Disculpe, señorita?

La voz de Nathaniel la sacó de sus pensamientos.

—¿Es usted la emisaria de esta carta?

Marinette contó hasta diez, antes de volverse y encarar al hombre que menos le había fallado en su vida. Y al escuchar su voz, pareció que el tiempo no había transcurrido.

Y ahí estaba Nathaniel.

Hermoso como siempre. Bueno, como un ángel. Acompañado de su inseparable bastón. Tenía el pelo más largo y claro que antes; su gorro de copa alta de color gris, y su traje de los mismos tonos, le conferían un aire de distinción principesca que hizo que Marinette se emocionara.

Panthers (Adrinette)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora