༺❁ 31 ❁༻

530 52 18
                                    

Adrien no podía estar más nervioso.

Hacía dos horas que el rey Jorge III había desaparecido por las majestuosas puertas del salón de vistas, con Marinette, siguiéndole con gesto decidido y aquella barbilla alzada e impertinente, dispuesta a comerse el mundo. Dispuesta a demostrarle al rey que podría darle una solución a la enfermedad de su hija; una que ningún doctor hombre le había facilitado.

Las puertas se abrieron de par en par, y Jorge III apareció hablando con Marinette, que en esta ocasión, en vez de caminar tras él, paseaba a su lado, a la par.

Sabine sonrió con orgullo.

Cuando el rey tomó asiento de nuevo, le pidió una taza de kahvé a su sirviente. Marinette recuperó su anterior posición y guiñó uno ojo a su maestra.

Las marquesas se relajaron en el acto; si Marinette hacía eso era que la visita había ido mejor que bien.

—Lady Marinette ha examinado con éxito a mi Amelia.

La gente de la sala estalló en aplausos, pero el rey los detuvo alzando la mano.

—Sin embargo, no puedo pasar por alto sus afrentas. Así pues, este es mi veredicto: Hakan Ediciones se cerrará para dejar de editar The Ladies Times, aunque podrán continuar publicando libros de ensayo y novelas como hacen actualmente. Londres acepta los proyectos de sanidad de Marinette Dupain y sus academias de formación médica para mujeres, así como otro tipo de cursos extravagantes que quieran emprender —dijo con menosprecio moviendo la mano en círculos—. No obstante, no tendrán ni el apoyo ni la protección del rey actual, y se les exigirá, como contribuyentes extranjeros, unos ingresos mayores para financiar la guerra a favor de nuestro país.

—Sigo siendo inglesa, majestad —protestó Marinette.

—Usted es del mundo. No de Inglaterra —espetó el rey—. Sigo estando en desacuerdo con muchas cosas de las habladas, lady Marinette. —La señaló con el dedo—. No permitiré que introduzcan ningún tipo de producto femenino en nuestro mercado. Sé que tienen poder para hacerlo, pero les veto que vendan nada en tierras británicas. —Y alzó la taza de kahvé que le había ofrecido el guardia.

Sabine frunció el ceño. ¿Y su kahvé? ¿Su kahvé no era un producto femenino? No había producto más femenino que aquel; cultivado solo por mujeres en las montañas azules de Jamaica, cuyas tierras solo eran tratadas por señoras y señoritas a las que ellas habían dado trabajo y cobijo.

Chloé y Alya iban a protestar precisamente por lo mismo, pero Marinette las detuvo con una mirada glacial. Que el rey se comiera sus propias palabras.

—Aceptamos sus condiciones, majestad —repuso una sorprendentemente obediente Marinette Dupain. El rey no sabía quién estaba detrás del kahvé. Las Panteras habían dicho que sabían de las hojas de ruta y de las paradas de El Faro y el Severus en Jamaica porque Alya era abogada mercantil y conocía a mucha gente del comercio naval, pero no porque ellas tuvieran plantaciones de kahvé en Jamaica y vieran expresamente cómo los barcos de Adrien atracaban en sus puertos y dejaban a los esclavos. Si el rey no lo sabía, entonces nadie lo sabría jamás. Y ellas estarían encantadas viendo cómo cada lord, duque, marqués, caballero, ministro o rey se atragantaba con su café con aroma de mujer. El kahvé podía venderse sin problemas.

—Accederá a verme a mí y a mi hija una vez cada seis meses para asegurarse de que Francis Willis hace un buen trabajo —indicó con voz solemne—. Pero nadie más lo sabrá; nadie debe saber que en realidad es una mujer quien dictamina mis diagnósticos y mis tratamientos. Seguiré apoyándome en Francis. Él es mi doctor.

Panthers (Adrinette)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora