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Durante los días siguientes y después de la impresión de tocar y ver a las panteras, Marinette se centró en esforzarse y en recuperar parcialmente su voz.

Sabine quería que aprendiese a hablar con el diafragma, porque eso le facilitaría el uso de sus cuerdas de un modo menos agresivo.

Para ello le enseñó ejercicios de respiración, de relajación muscular de la zona local y ejercicios de fortalecimiento bucal.

Cada noche, las dos mujeres se sentaban una frente a la otra en la habitación de Marinette, y Sabine supervisaba los ejercicios.

Aquellos momentos le gustaban porque era cuando más podía disfrutar de su espacio personal en aquella mansión, que merecía una mención aparte.

Era una habitación original y extraña, pero llena de magia. Tenía su propia sala de aseo, grandes vestidores y una escalera que subía a una planta individual que daba a la buhardilla, donde ella podría hacer lo que quisiera y realizar las tareas que más le gustasen. Las ventanas de la habitación daban a la playa y a la zona de cuadras, donde descansaban los maravillosos corceles negros de Sabine. Desde la buhardilla podía ver la luna y las estrellas, y leer hasta altas horas de la madrugada, después de la recuperación, los libros que escogía de la biblioteca.

Ansiaba observar el lugar mágico y personal de Sabine. Sabía que Alya y Chloé también tenían buhardilla como ella.

Pero Sabine disponía de una planta para ella sola en una de las torretas, y deseaba invadirla para averiguar más cosas sobre aquella mujer.

Sabine era una fuente de inspiración y conocimiento.

Y, en ocasiones, una fuente inconmensurable de irritación.

No le dejaba hablar en todo el día, excepto cuando se encontraba en medio de sus horas de recuperación con ella. Entonces la animaba a emitir sonidos y a trabajar la pronunciación de las consonantes. Al principio le costaba muchísimo, pues todo le dolía. Pero con el tiempo se acostumbró al dolor, hasta que este fue remitiendo.

Si Marinette necesitaba comunicarse, lo hacía utilizando una libretita donde escribía sugerencias y preguntas. Pero lo hacía con la mano izquierda, y Sabine siempre se burlaba de ella interpretando mal, a propósito, sus palabras. La joven no era zurda, solo sabía escribir con la derecha, que aún tenía en cabestrillo. Pero por su honor que acabaría escribiendo con las dos manos para no aguantar más aquellas bromas.

—¿Qué pone aquí, querida? —Preguntó Sabine con tono dulce mientras estaban las cuatro reunidas para comer en la mesa del jardín—. ¿Te quieres comer al pescador?

Negó con la cabeza.

«Por favor, que está bien claro. Pone: "¿Hay pescado para comer?"». Alya cogió la libreta y la hojeó.

—Déjame a mí. Sí —sonrió—, es obvio. Aquí dice: «¿Hay pelador por ver?». ¿El pelador? —Frunció el ceño cómicamente—. El joven que se oculta entre las rocas mientras nos lavamos después de la natación y empieza a... —Dibujó un círculo hueco con los dedos, como si sostuviera una porra, y movió la mano arriba y abajo—... lustrar su... fusil?

«Alya, creo que andas mal de la cabeza», meditó Marinette mientras observaba atónita su gesto.

—Es el hombre mono, no un pelador —añadió Chloé cogiendo una uva del cuenco de frutas—. Le van a salir callos.

Marinette recuperó su libreta con dignidad y la cerró de golpe.

«Brujas.»

Ella era de las que observaba y analizaba todo su entorno. Y de ver y callar estaba aprendiendo mucho; el silencio enriquecía y la hacía a una más receptiva y sabia, alertándola sobre hechos que, de poder hablar y propensa como era a interrumpir, posiblemente no advertiría.

Panthers (Adrinette)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora