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—Creo que está despertando...

—No dejes que lo haga, Chloé. Debe permanecer dormida o no podré intervenirla.

Las voces eran de mujeres. Pero con lo que a Marinette le quedaba de conciencia no podía ubicarlas en ninguno de los marcos que habían comprendido su vida. ¿Dónde estaba?

—Intenta abrir los ojos —dijo la otra voz, ligeramente conmocionada—. Oh, por el amor de Dios... ¡Tiene ojos de pantera, que belleza! ¡Aunque son azules, no amarillos!

—Ha intentado abrirlos durante todo el viaje, pero... —La voz resopló hastiada —. Mantén el paño de éter en su nariz. No debe despertar.

Aquella voz imperativa era algo más madura que la de la primera. Segura, convincente y diligente. ¿Quién era?

Algo le ardía en la zona del cuello y agujereaba su conciencia con la precisión y el dolor punzante de un alfiler.

—El viaje ha sido largo y ha perdido mucha sangre... La herida del cuello es propia de un carnicero. Perderá la capacidad... ¡Mantén el éter, Chloé!

—¡Sí, lo siento!

«La herida ¿de dónde? ¿Qué me están haci...?», eso era lo que Marinette se estaba preguntando cuando quedó de nuevo sumida en la oscuridad.

La piel le ardía y el dolor la arrollaba como las olas contra las rocas en una gran marea.

Corría. Huía de la gente que la perseguía. Eran muchos al grito de «¡Traidora!». El bosque, cada vez más tupido, se había convertido en un laberinto con sabor a cárcel.

Pero una luz emergió de entre los árboles, y tras ella se encontraba su primo Nathaniel, ofreciéndole la mano para que la tomara. ¡Él la salvaría!

—¡Nathaniel! —gritó.

El dolor de la garganta hizo que cayera al suelo casi desmayada. Cuando levantó la mirada, ante ella solo había dos personas: su padre y Adrien.

Y cuando ella los identificó, se quedó sin habla. No sabía de qué podía conversar con ellos. De hecho, no tenía ni ganas. Solo los miraba decepcionada y desafiante.

Adrien estaba tan hermoso que incluso le dolió verle. Su padre, en cambio, solo lloraba.

No importaba. Nada tenía importancia.

Sus perseguidores se abalanzaron sobre ella y... gritó.

—Chis... Tranquila, pequeña... Chisss.

Marinette, agitada entre sueños, se calmó al sentir la voz y el tacto de las manos de esa mujer en su frente y en su pelo.

—Chis... No intentes hablar o te harás daño —le susurraba la mujer al oído.

¿Daño? Ya le habían hecho daño...

—No muevas la cabeza. Estate quieta. Debes tranquilizarte... Chis. Estás a salvo... Estás bien. Nos estamos haciendo cargo de ti...

Marinette dejó de pelear contra el desfallecimiento, y volvió a perder el mundo de vista.

—¿Cómo le va la fiebre? —preguntó otra voz.

—Le sube y le baja intermitentemente —dijo el ángel que velaba por ella.

Hubo un silencio que Marinette captó a la perfección. Volvía a estar semi despierta o semiinconsciente, según se viera.

Alguien se le acercó y se quedó a escasos centímetros de su cara.

Panthers (Adrinette)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora