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Las palabras podían matar a un hombre.

Adrien Agreste, apoyado tras la puerta de la caseta del jardín en la que se encontraban Marinette y el desaparecido Tom Dupain, podía dar fe de aquella afirmación, pues lo que él estaba experimentando, al presenciar aquella escena, era una muerte; una muerte lenta, dura y, a la vez, merecida. Sus ojos ya ni lloraban; solo estaban fijos en el cielo oscuro, y en la luna que sonreía perennemente, riéndose de él; de su estupidez, de su ceguera, de su poco acierto. Tenía la cabeza apoyada en la madera, y las manos no dejaban de acariciar la puerta, como si acariciaran a la mujer que, con sus palabras, revelaba por fin su verdadera identidad. Como si la consolaran cuando él sabía a ciencia cierta que ella no se dejaría tocar tan fácilmente.

Sabía que Bridgette era Marinette. Tenía indicios suficientes y pruebas que lo demostraban. Pero no terminaba de creérselo. Sin embargo, el suceso acaecido la noche anterior entre Alya y Vincent hizo que, por fin, sus sospechas cuadraran como un puzle.

Por eso se había colado de nuevo en Panther House; porque ya sabía quién era la hermosa marquesa de Dhekelia. Ya no tenía dudas al respecto.

Sin embargo, cuando volvió a introducirse por la misma parte del jardín abierto de Temis y escuchó las notas del piano del Plaisir d'Amour, entonado con la desgarrada voz de la misteriosa y llamativa joven, la realidad le golpeó con la fuerza de un puño.

Era ella. Y aquella era su canción.

Y su música y su letra seguían siendo demoledoras y mágicas, aunque la voz que la interpretara hubiera perdido aquel comentado toque celestial para convertirse en la voz sesgada, propia de una gata o de una pantera; propia de la venganza y el despecho.

Adrien en realidad había ido a disculparse con Alya por el comportamiento de Vincent en Swindon Earth, y a ver cómo se encontraba. Pero también para decirle a la marquesa que la había descubierto. Que él le había quitado la máscara.

Y en esos momentos, lo tenía más claro que nunca.

Ya hacía mucho rato que ni el duque ni ella hablaban de nada; ¿se habrían quedado dormidos? ¿Cómo reaccionaría Marinette cuando le viera allí? Y ¿por qué había secuestrado a su propio padre?

Miró al frente cuando captó una sombra que se movió sobre el húmedo césped; a cuatro metros de él, oculta y camuflada por la oscuridad que emanaba de la noche, de la misma tonalidad que su pelaje azabache, se encontraba la pantera de la cicatriz que había defendido a Marinette días atrás.

Plagg.

Adrien ya no le tenía miedo, ni tampoco respeto. Sabía que la pantera lo juzgaría, que lo miraría y se reiría de él; de sus equivocaciones. Pero ya no le importaba. Lo había perdido todo un lustro atrás. La muerte de la persona más importante de su vida lo dejó vacío.

Y sin embargo, la vida, tan mágica, cruel e imprevisible, acababa de traérsela de nuevo; estaba justo ahí, tras la puerta de madera.

Detrás del débil muro, Marinette Dupain, la mujer que nunca había dejado de amar, aunque le pesara, seguía viva, respirando, y no perdida en las profundidades del Támesis.

Así pues, ¿qué más daba si Plagg se jactaba de él? ¿Qué importaba ya, si no tendría orgullo ni amor propio para no arrastrarse y pedirle perdón a la preciosidad vestida de sol que había en el interior de aquel cobertizo? Sin amor propio ni orgullo no había vergüenza, como no la había ante el juicio abierto de aquel animal tan inteligente que hasta parecía humano; o al revés, viendo los errores que él como humano había cometido, Plagg entonces debía de ser tan listo como un animal, que solo se fiaba de sus instintos.

Panthers (Adrinette)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora