༺❁ 2 ❁༻

727 63 66
                                    

Adrien esperaba impaciente la llegada de Marinette.

El sol hacía rato que se había escondido dando paso a una noche algo fría.

Desde la cima en la que se encontraba, subido al lomo de su caballo, podía observar cómo el río Avon cruzaba Bristol y desembocaba en el puerto. Un puerto que él pensaba explotar, pero no para los fines con los que su padre, el duque de Bristol, ahora gravemente enfermo, estaba multiplicando su fortuna y patrimonio.

El puerto comercial era muy próspero para la ciudad, pero el duque, Gabriel Agreste Shame, lo estaba utilizando para traficar con esclavos. Y eso era algo que a Adrien le provocaba repulsión. No estaba de acuerdo con que su padre colaborara en el negocio de los barcos traficantes, porque no le hacía falta. Pero el duque era ambicioso y siempre quería más. Tal vez esa ambición fuera la responsable del precario estado de salud en el que se encontraba.

Llevaba barcos cargados con bienes manufacturados hacia África, y allí los cambiaban por esclavos; después, esos barcos con esclavos partían hacia las Indias Occidentales donde los vendían para trabajar en las plantaciones de caña a cambio de azúcar. Después, volvían a Bristol con las cargas de azúcar, y el azúcar se intercambiaba de nuevo por bienes manufacturados.

Su padre viajaba mucho, y posiblemente en uno de aquellos viajes se habría contagiado de esas fiebres tan altas que amenazaban con acabar con su vida.

Por supuesto, los viajes eran muy lucrativos para el crecimiento de Bristol y del país en general, pero para Adrien era absolutamente inmoral negociar con personas. Y, precisamente, por su alto grado de moralidad, había decidido que en un futuro utilizaría sus influencias para que Inglaterra prosperara, pero no a costa de los trabajos forzados de personas sin libertad.

El joven desmontó del caballo y lo dejó atado a la columna principal de la capilla abierta donde tenían lugar sus encuentros con Marinette, en aquel monte que prestaba unas vistas panorámicas de Bristol.

Si había una persona en el mundo con la que él pudiera arriesgarse de ese modo a ser descubierto en situaciones comprometidas, era Marinette. Se la imaginaba galopando como una salvaje a lomos de su precioso caballo, como una amazona indomable. Cabalgaba mejor que algunos hombres. Él adoraba cómo inclinaba su cuerpo hacia delante y se alzaba ligeramente sobre los estribos, con aquellas maravillosas piernas que había heredado de sus antepasadas; sin duda, para Adrien, auténticas amazonas de leyenda.

Adrien era reservado, serio, seguro de sí mismo y solo sonreía a aquellos a los que de verdad apreciaba. Tenía un altísimo sentido del honor, y al contrario que su padre, también tenía en alta estima el sentido de la fidelidad.

El apellido Agreste Shame, que era el suyo, traía a sus espaldas muchos duques infieles; pero Adrien amaba a su madre demasiado y sabía lo mucho que ella sufría como para causarle el mismo dolor a una mujer. El corazón femenino debía mimarse, no quebrarlo poco a poco. Puede que todas esas manchas que el duque traía a sus espaldas habían hecho que él, su hijo, no le apreciara en demasía. Ciertamente, le había dado de todo en su vida: una educación, ciertos privilegios, y una fortuna de las más cuantiosas de Inglaterra. Adrien heredaría un increíble patrimonio y todos los títulos que ostentaba su padre; pero nunca heredaría el amor y el cariño fraternal que él intentó reclamar para sí, y que su progenitor siempre le negó. Por eso ya había desistido; por esa misma razón, ni siquiera le afectaba saber que su padre podría morir en breve.

No obstante, haría un último esfuerzo por darle una alegría. Inútil, tal vez. Pero nadie podría recriminarle que no había intentado todo por agradar a su padre hasta el último de sus días.

Era una verdad universal que Marinette y Adrien estaban hechos el uno para el otro; dogma que muchas jovencitas se empeñaban en desacreditar insinuándosele constantemente. Pero él no mostraba el más mínimo interés.

Panthers (Adrinette)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora