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Hacía dos días que Adrien no había vuelto a ver a Bridgette.

No le había pedido disculpas por su osadía al besarla, ni por su actitud tan poco caballerosa. Todavía se enfurecía consigo mismo al recordar lo fuera de control que se sintió en el jardín de Temis, caminando hacia ella de rodillas, llorando como un crío, y deseando ver en Bridgette a la mujer que él mismo arrancó de su lado.

Pero Bridgette no era Marinette. No era su voz, ni su cuerpo ni su mirada tan limpia y pura. Bridgette poseía unos ojos muchísimo más vivos y alertas, como si sintiera que en algún momento la fueran a atacar.

Marinette gozaba de una ilusión y una alegría que la marquesa no tenía; la inocencia y la sana picaresca de Marinette se contraponía a la dureza y el trato arisco de la hermosa dama de Dhekelia.

Aun así, conociendo todas esas diferencias, seguía habiendo algo en Bridgette que le llamaba la atención y hacía que su sangre rugiera desenfrenada.

Activaba ese lado alfa, más propio de un animal que de un hombre; y lo marcaba como marcaban la carne de las reses: a fuego. ¿Cómo iba a luchar contra eso?

Sí, no había duda; Bridgette lo atraía como la miel a las abejas, y no tenía remedio para eso, a no ser que la sedujera y la hiciera suya. Tal vez así podría desaparecer su ansiedad; eso esperaba.

Definitivamente, se había vuelto un montaraz. Había enloquecido en cuanto descubrió la maquinación en torno a Marinette, y prueba de ello es que estaba a punto de cometer un homicidio en nombre de la más pura y cruda venganza.

Luka le había dicho que por fin sus hombres habían localizado a David. El inspector había indagado hasta conseguir su ubicación exacta en Coventry. ¿Y gracias a qué lo había logrado? Al retrato del relato de The Ladies Times, que le había servido para preguntar por su paradero.

Adrien solo estaba seguro de una cosa: la edición de la gaceta femenina corría a cargo de alguien que había conocido en primera persona todo lo sucedido con Marinette. Pero ¿quién? ¿Quién demonios sabía tantos detalles?

No obstante, en otro momento seguiría realizando sus propias investigaciones al respecto, porque en la coyuntura en la que se encontraba, debía actuar rápida y meticulosamente.

La casa de campo en la que vivía tranquilamente el señor David estaba alejada de la ciudad de Coventry y se localizaba en los alrededores, en medio de los campos silvestres.

Era una casa lo suficientemente cara para que un simple cochero pudiera permitírsela. Tenía un carruaje en la entrada, una cuadra para caballos, y un porche amplio y con todo tipo de caros detalles; señal de que el hombre deseaba ostentar riquezas y de que no era nada discreto.

David no poseía ningún vecino a un kilómetro a la redonda y vivía, como decían, dejado de la mano de Dios. Obviamente, alguien tuvo que pagarle mucho dinero para huir de Gloucester y borrar su rastro de forma tan conveniente como había hecho durante años.

Alguien que no deseaba que lo importunasen con nada y que deseaba tener a David bien lejos de su radio de acción.

Sin embargo, un poco de presión popular con la gaceta, habladurías por aquí y por allá: «Me han dicho que...», «Yo lo vi por...», «Una amiga dice que...», sumado al retrato del relato de Bridgette que había facilitado The Ladies Times, y en apenas dos días lo habían encontrado en menos de lo que canta un gallo.

Adrien dejó el caballo algo alejado del jardín central, se caló el sombrero de ala ancha de color negro y cubrió parte de su rostro con él. Con un tirón seco acabó de calzarse los guantes negros y, sin pensárselo dos veces, centró su mirada verde en la puerta de entrada del hogar de David.

Panthers (Adrinette)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora