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Junio de 1807 Bristol, Inglaterra

—¡Lord Adrien!

Peter, el mayordomo, había dejado entrar a Martins, el administrador de Adrien. El pobre hombre, de pelo blanco y espesa barba, acudía azorado a visitar a su cliente más importante.

Le sudaba la frente, que secaba con un pañuelo blanco, y se relamía los labios resecos por los nervios.

—¿Qué sucede, Martins? ¿Por qué esta reunión tan precipitada? —preguntó Adrien mientras bajaba las escaleras con la seguridad que le caracterizaba para llegar al amplio hall de la entrada. Eran altas horas de la noche, y solo se cubría con una larga bata de color negro que hacía resaltar sus ojos verde claro.

Agreste House era una mansión de estilo georgiano ubicada en lo alto de las colinas de Bristol. La rodeaba un inmenso jardín de más de dos mil hectáreas, y lo seguían extensiones de bosque que formaban parte de la propiedad. Todas las ventanas eran de estilo guillotina, tenía más de veinte habitaciones para invitados, y las escaleras eran de roble.

—Peter, por favor, sirve algo a Martins —pidió Adrien con educación.

—No, milord. —Martins levantó su mano—. El mismísimo doctor Francis me sugirió que dejara las bebidas alcohólicas en situaciones de tensión. Además, en estos momentos soy incapaz de tomarme nada...

Adrien entrecerró los ojos rasgados y sonrió divertido.

—En los años que hace que le conozco, jamás le había visto tan... atribulado.

—Preocupado es la palabra, milord —lo corrigió Martins acercándose para mirarlo de frente. Se volvió a secar el sudor con el pañuelo blanco y se subió los anteojos por el puente de su nariz rechoncha.

Adrien se cruzó de brazos y asintió con la cabeza.

—¿Nos sentamos?

—No quiero abusar de su hospitalidad y soy consciente de las horas en las que le estoy haciendo esta visita. Pero me urgía informarle, pues es... era —se corrigió inmediatamente— usted el cliente mejor posicionado para ambas propiedades.

—¿Era? —Adrien se descruzó de brazos—. Dígame qué ha sucedido.

—Usted me contrató para que me encargara de sus gestiones administrativas y actuara en su nombre en el ejercicio de cualquiera de los derechos que me otorgaba. Hasta entonces lo he hecho lo mejor que he podido...

Adrien negó con la cabeza y apoyó una mano en el hombro de Martins.

—Martins, sea lo que sea lo que haya sucedido, no voy a despedirle. Tranquilícese.

Pero esas palabras no calmaron su agitación.

—Usted estaba interesado en la mansión Wild Angels de Oxford, propiedad de los vizcondes Addams, y de hecho tan solo quedaban unos flecos para finalizar su compra, pero... Alguien se le ha adelantado. Sabe lo mucho que les urgía venderla pues tenían previsto ir a vivir a Escocia, de donde es originario el vizconde Addams...

—Sí, lo sé. Por eso quería comprarla —afirmó sorprendido.

En aquella mansión la vizcondesa había organizado grandes fiestas. Todo el mundo la quería para sí, pero no todos tenían el capital suficiente para adquirirla. Él sí, y la quería por varias razones. Porque los recuerdos amables vividos allí siempre se anteponían a los amargos de su presente, y necesitaba un refugio en el que pudiera sentirse arropado por una memoria agradecida.

Entre sus jardines él había conocido a la niña Marinette, pero eso no significaba que quisiera esa mansión solo por ese detalle, ¿verdad?

—Pues ya hay otro comprador. Y le ha ofrecido el doble de lo que usted ofrecía. Aquello lo sacó de sus pensamientos.

Panthers (Adrinette)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora