༺❁ 24 ❁༻

329 43 7
                                    

El afrodisíaco había dejado una sensación lánguida y relajante en sus extremidades. Alya se arremolinaba en las sábanas, arrimándose a ese placentero calor que la cubría e inhalando el maravilloso olor a hierbabuena que desprendía la suave almohada.

Pero entonces recordó que su cama no olía a hierbabuena, sino a rosas, y que sus piernas jamás rozaban vello áspero que acariciase sus espinillas ni sus gemelos desnudos.

Abrió los ojos como pudo, pues aún le dolía el ojo amoratado, y cuando logró centrar la mirada, se encontró con el minucioso examen al que la sometían los ojos caramelo de Nino.

El egipcio estaba acostado con ella, bajo las sábanas, y no dejaba de mirarla, asegurándose de que estuviera bien y no le faltara de nada.

—Por el amor de Dios, Nino... —susurró Alya—. ¿Estás desnudo? —Él sonrió y se apoyó en un codo.

—Buenos días a ti también. ¿Cómo te encuentras?

Alya levantó la cabeza y miró a su alrededor, hasta que se dio cuenta de otro detalle.

—¿En serio? —preguntó horrorizada—. ¿Yo también estoy desnuda? —Él asintió con la cabeza y se encogió de hombros.

—No suelo dormir con ropa. —Aunque no había dormido nada. ¿Cómo podía hacerlo si tenía a aquella Venus de pelo castaño y ojos de demonio dormida plácidamente como un ángel malherido entre sus brazos?

—Pero es que... es que... Esto no está bien. ¿Por qué me has desnudado, egipcio? —le recriminó.

—Te desnudaste tú en cuanto viste que yo no tenía ropa bajo las sábanas. Pero estabas tan cansada que te quedaste dormida al instante —le explicó mientras se levantaba y mostraba su desnudez de espaldas.

Alya abrió los ojos pasmada. Y era tan guapo a pesar de las cicatrices en la espalda provocadas por los latigazos, estaba tan musculado y era tan diferente de esos hombres ingleses, que sin querer empezó a salivar y el corazón se le desbocó en el pecho.

¿Por qué estaba tan enamorada de un hombre que no la valoraba como mujer?

—¿Cómo me encontraste? —preguntó cubriéndose los pechos con la sábana.

—Marinette regresó ayer a las diez de la noche de Swindon. Dijo que había tenido que venir corriendo por una información que había recibido y que quería que incluyéramos sin falta en el periódico de mañana. Le pregunté por ti. —Hizo una pausa y apretó los puños—. Y me dijo que estabas con lord Vincent y que parecías

muy accesible.

«¡Oh, qué osada, Marinette!», pensó divertida.

—No tan accesible como parecías tú con Marinette, por cierto. —Nino la miró por encima del hombro con esquivez.

—Ella me ha ayudado. Me está... ayudando mucho.

Alya se arrodilló sobre el colchón de la austera habitación y se cubrió con la sábana.

—¿Ah, sí? ¿Y se puede saber cómo, Nino? Porque estabas desnudo en la camilla, y créeme que no imagino cómo puede ella ayudarte en eso.

—No te interesaría saberlo.

Le daba muchísima rabia que Nino siempre la evitara de aquel modo, que la tratara como si fuera estúpida o como si jamás fuera a entenderlo.

Sin pensarlo, agarró la almohada y se la tiró a la cabeza. Él se dio la vuelta sorprendido y vio cómo Alya rompía a llorar.

—Pero ¡¿quién te has creído que soy, egipcio estúpido?! ¡¿Qué es lo que no voy a entender?! ¡Créeme que lo entiendo! ¡Entiendo que no me quieres como yo te quiero a ti! ¡No es tan difícil de comprender! —Sus ojos como los de un ser seductor y mitológico se aclaraban con la rabia y el despecho—. ¡¿Crees que no sé que no te gusto?! —Dejó caer la sábana y se quedó desnuda ante él. Disfrutó del rostro desencajado del hombre igualmente desnudo ante ella—. ¡Me has tenido así durante años y jamás te has propasado conmigo! ¡Nunca! Tus manos tocaban mis heridas y me sanaban pero nunca hicieron nada indebido... ¡¿Y sabes cuánto me dolía eso?!

Panthers (Adrinette)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora