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Ese mismo día, por la tarde, las Panteras recibieron la visita de algunas de las damas que estuvieron en la primera reunión.

Sabine había hecho un viaje relámpago a la zona céntrica de Oxford para comprar algunas hierbas que necesitaba para sus tratamientos.

Alya seguía encerrada con Nino, así que fueron Chloé y Marinette las que se encargaron de recibir y amenizar a las damas. Las llevaron a los baños, y allí tuvieron otro encuentro del club.

Las gemelas Rousseau le agradecieron a Marinette su remedio para los dolores de menstruación; Jane Perceval hablaba maravillas de la leche de soja, ya que los cambios habían sido inmediatos en el pequeño Ernest, y lady Grenville le pidió algo que aliviara el dolor de huesos, aunque agradeció las infusiones para anular las migrañas.

Sumergidas en los baños de agua caliente, Martha no dejaba de sonreír a Obivo, y lady Elisabeth disfrutaba de las vistas que había debajo del diminuto cobertor que cubría las partes nobles de dos de los sirvientes. Estos permanecían impertérritos ante tal escrutinio, pero las damas no podían permanecer calladas:

—Este hombre tiene los muslos más duros y musculosos que mi potro —decía la regordeta Elisabeth.

—Y seguro que debe de estar igual de bien dotado —murmuró la hija del marqués de Essex mientras tomaba kahvé.

—¿Pueden mirar, señor Rafé? —preguntó Marinette, divertida con la cada vez más abierta curiosidad de las damas inglesas.

El morenísimo Rafé, que tenía los ojos pintados de negro y un hoyuelo muy sensual en la barbilla, se encogió de hombros.

—Miren lo que quieran, señoras —contestó con una sonrisa de medio lado.

—Intentaré no hacer comparaciones —adujo Elisabeth mientras se acercaba a él de rodillas, dando leves saltitos ansiosos, dentro del baño menos profundo de todos.

—Mírala. —Marinette se acercó a Chloé—. Parece una niña dispuesta a abrir un regalo de Navidad.

Chloé chasqueó la lengua y se remojó el pelo en la enorme piscina de agua caliente.

—Pues se va a encontrar con la barra de chocolate.

Marinette se echó a reír cuando Elisabeth, toda escandalizada, bajó la prenda de algodón blanco y cubrió de nuevo al hombre.

—Por todos los santos... —La mujer se santiguó, beata como era.

—Dios lo tenga en su gloria, ¿verdad, querida? —le dijo Marinette mirándola de reojo, a punto de desfallecer de la risa.

—Amén —concluyó Elisabeth.

Lo que ni Marinette ni Chloé esperaban era que, un rato más tarde, las liantas de Pettyfer y Addams, culpables de haber preparado un evento con el objetivo de desmadrar al personal, las visitaran con gesto alicaído y de arrepentimiento.

Marinette no se las creía, como tampoco lo hacía Chloé. Esas viejas pilluelas estaban encantadas con todo el conocimiento que obtenían de las Panteras, y después lo usaban descocadamente para su beneficio.

—¿Se dan cuenta de lo que hicieron? —las reprendió Marinette, nadando en el agua como una sirena, con solo la cabeza en la superficie—. Todos hablan de su fiesta.

—Sí... —murmuró Chloé.

—Mi amiga Rebecca, la mujer del conde Martins —explicó lady Grenville mientras se comía una uva detrás de otra—, asegura que jamás había visto tantas infidelidades y todas tan públicas. Dicen que la gente estaba fuera de control. Ha sido una de las fiestas más sonadas del año, después de la presentación de las marquesas, claro.

Panthers (Adrinette)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora