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Mayo de 1807

Dhekelia

Marinette se concentraba mientras esperaba impaciente las noticias que no debían tardar en llegar.

—¡Marcha, pantera! ¡Marcha!

Quien gritaba era el profesor Baptista mientras Marinette ejecutaba los movimientos de esgrima.

—¡Eso es!

¡Plas! ¡Plas!

Alya ejecutaba el contraataque con el florete, y sus hojas chocaban llenando el ambiente de sonidos metálicos.

El sol las hacía sudar, y el deporte las llenaba de energía.

En la mansión de las Panteras, los duelos entre Alya y Sabine amenizaban las tardes de los viernes. Vestían con pantalones ajustados negros, botas de caña alta como las que utilizaban para montar a caballo, y corsé especial de tela liviana para el verano.

Baptista se volvía loco al ver tanta piel al aire, pero ya se había acostumbrado. Las mujeres de esa mansión no eran normales. Se repeinó los bigotes y, con aquella mirada semicerrada y tono imperativo, dijo:

—Alya, Marinette es mucho mejor que tú ahora. Sabe cómo avanzar, ha encontrado tus puntos débiles.

—Baptista... —¡Zas! ¡Zas!

Alya alejó la punta del florete de Marinette que se dirigía otra vez al corazón.

—Reconócelo, Alya —dijo Marinette con una grandiosa sonrisa al tiempo que rompía y ejecutaba un movimiento de fondo perfecto—. Solo fuiste mejor cuando tenía el brazo mal. Pero ahora —arqueó las cejas negras— estoy plenamente recuperada.

—La señorita Marinette es como un hombre... —asumió Baptista mirando a Marinette con sentido orgullo—. Podría ganar en duelo a quien ella quisiera. Es mi mejor alumna.

Marinette se detuvo sin perder la posición y guiñó un ojo coqueta a Baptista.

—Tengo al mejor profesor.

Baptista sacó pecho y alzó la barbilla. Alya puso los ojos en blanco.

—No hagas eso... ¡Coqueteas! —le dijo lanzándose a por ella.

—¡No coqueteo! —Retrocedían y avanzaban entre carcajadas alrededor del jardín de la mansión.

Utilizaban todo lo que encontraban a su paso para ocultarse, para correr alrededor... Una maceta, un escultura que había esculpido Chloé... La fuente de la Virgen María en la que muchas veces bebían para lavar sus pecados. Incluso utilizaron a Chloé, que en ese momento pintaba sobre un lienzo con acuarelas. Las dibujaba a las dos batiéndose en duelo. Una de larga melena negra y rizada y la otra con pelo castaño casi rojo y salvaje.

—Como una de sus hojas atraviese mi lienzo, será mi pincel el que atraviese uno de sus ojos. Os aviso. —Les golpeó las espadas con el mango de madera del pincel.

—Qué agresiva, lady Chloé... —murmuró Marinette, agachándose para no recibir la estocada de Alya.

—Puedo ganarte, Marinette —aseguró Alya entre risas—. Hasta ahora solo he dejado que te creas que eres más fuerte que yo.

—Por supuesto —¡Plas! ¡Plas!—. Durante cuatro años lo has hecho muy bien — la felicitó con ironía—. Has fingido caerte, has tirado el florete por los aires y has dejado que te toque el torso con la punta de mi espada más de... ¿Cuántas veces? Hum... ¿Seiscientas?

Panthers (Adrinette)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora