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Adrien llegó a Swindon al mediodía, y se hospedó en una de las más de veinte habitaciones que poseía la vizcondesa Pettyfer.

Cuando bajó al hall ya preparado para la actividad deportiva se encontró con todos los invitados charlando animadamente, pues tenían por delante una tarde de batida del zorro más que prometedora. Miembros de la burguesía y de la aristocracia se reunían en torno a la famosa dama para saludarla y mostrarle sus respetos.

Pero de todo aquel acervo de hombres y mujeres, solo tres llamaban la atención más que la propia vizcondesa: las marquesas de Dhekelia.

La marquesa Chloé hablaba animadamente con Theo, que mostraba un abierto interés por lo que decían sus pechos.

Vincent no dejaba de coquetear con la marquesa Alya, que se reía de todo lo que él dijera, aunque solo le diera la hora.

Y Bridgette... Bueno, Bridgette tenía ensimismados a los lores y duques solteros que no dejaban de alabar su belleza y sus osadas palabras en el periódico.

Adrien apretó los dientes indignado. Él sí valoraba el arrojo de la joven al hablar, pero esos hombres, como por ejemplo lord March, habían dicho pestes de ella, tachándola de licenciosa y disoluta, y jactándose de su feminismo.

Lord March era un crápula que quería a las mujeres solo para abrirlas de piernas; además, buscaba desesperadamente una esposa con una sustanciosa dote, y tanto Bridgette como cualquiera de las marquesas viudas eran un buenísimo objetivo para sus propósitos.

Adrien hincó su mirada verde en el esbelto y elegante cuello de la joven, que lucía semicubierto por un pañuelo, suponía que para esconder aquella misteriosa cicatriz en su garganta.

La joven se frotó la nuca y miró hacia atrás, por encima de su hombro. Los ojos azules de ella y los de él colisionaron como dos caballos en medio de una batalla.

¿En qué tipo de lucha se habían metido?

La verdad era que no lo sabía, pero Bridgette y su misterio lo habían envuelto en un embrujo del que no podía salir. Además, eran demasiadas las casualidades que se arremolinaban a su alrededor. Adrien había investigado todas y cada una de ellas, y estaba decidido a llegar al fondo del asunto.

Las marquesas de Dhekelia tendrían mucha influencia y seguramente muchos contactos.

Pero él también.

Y aunque sabía que le debía una disculpa a Bridgette por su atrevimiento aquella tarde en el jardín de Temis, la lucha de titanes estaba asegurada.

Marinette parpadeó y le dirigió una sonrisa propia de una cortesana.

Adrien sintió que el gesto golpeaba directamente a su ingle y le calentaba la sangre.

Aquella tarde se cazaría al zorro.

¿A cuál de ellos?

Marinette tenía dos claros objetivos aquel día: el canciller, que subía a su caballo, dispuesto a unirse al grupo de caza; y Adrien Agreste Shame, que no dejaba de mirarla y buscarla entre la multitud.

—Querida —le dijo la vizcondesa Pettyfer, que llevaba un sombrero de terciopelo rojo, con plumas de pavo real en el lateral izquierdo. Estaba sentada de lado sobre la silla de su caballo—. Llévese el refrigerio helado que he preparado para todos —le sugirió ofreciéndole una botella encorchada con un líquido negruzco—. Es kahvé. — Le guiñó un ojo con diversión—. Hemos aprendido a prepararlo como ustedes sugirieron.

Marinette lo aceptó gustosa. Hacía un calor de mil demonios, y el sol castigaba a los presentes con su intensa aunque escasa presencia.

El vestido de algodón color whisky y talle alto y la levita Spencer roja eran lo suficientemente livianos para que no se pegaran a su piel, pero, aun así, le sudaba el canalillo, y no dejaba de secarlo discretamente con su pañuelo blanco a rayas marrones.

Panthers (Adrinette)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora