23. Profecía

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Supongo que fueron los nervios, mis temblores, los golpes en la puerta y la voz profunda de Kai las que provocaron esa escena.

La profecía, esa bola de cristal tan perfecta y frágil, había resbalado de mis manos, cayendo en el suelo estrepitosamente, provocando que una niebla se estableciera entre todos los presentes más cercanos a mí, pudiendo oír una dulce voz cantarina y angelical pronunciar palabra por palabra.

Poco más tarde, esa niebla se transformó en agua, regresando a la cascada de dónde yo había sacado la esfera, provocando que todos nos quedáramos paralizados durante largos segundos.

Nos movimos cuando los golpes se repitieron otra vez, colocándome yo delante, sin mirar a nadie, abriendo la puerta.

- Tenemos que irnos ya – gruñó Max. – Han podido pasar a Isabella y Blake, no tararan en llegar.

- Por aquí.

Tuvimos que correr demasiado, alzándome el vestido con lagrimas en los ojos, notando esa opresión en el pecho que no me dejaba respirar correctamente. 

Seguimos a Max y Blas por los largos pasadizos, ellos sabían lo que se hacían, sobre todo el último.

- ¿Y los otros? – pregunté en un susurro.

- Tranquila, están bien – miré de reojo a Elton, entrelacé otra vez nuestros dedos, necesitaba a alguien a mi lado.

- ¿Cómo lo sab...?

- Callaros – obedecí al instante el murmuro de Blas. Un par de personas pasaron cerca de nosotros, obligándonos a quedarnos quitos durante un largo minuto. 

Escondí mi rostro en el pecho de Prout, aceptando las caricias que Albus me hacía en el brazo mientras intentábamos que no nos descubrieran.

Era todo tan surrealista, tan irreal... Todos ellos habían oído la profecía y me aterraba mirarlos a la cara. ¿Qué pensarían de mí? ¿Qué creerían de lo sucedido?

Mi respiración se volvió irregular otra vez, notando como a mis pulmones les faltaba el aire, mientras mis lágrimas bajaban sin control por mis mejillas.

- Elna, silencio, por favor – Max y Kai se miraron a Blas con el ceño fruncido, mientras Elton me apretaba más contra él.

- Nos quedaremos Kai y yo – la voz de Dom me hizo girar un poco el rostro. – Iros, nosotros nos quedamos y los distraemos.

- Amor, no...

- ¿Qué pueden hacernos? – sonrió empezando a desabrocharse el vestido. – Estoy segura de que querrán mirar más que nada; ellos podrán salir sin problema.

- ¿Quiere...?

- Venga – le desabotonó la americana y los pantalones. – Creo que no te he dicho lo suficiente que hoy estás realmente sexy – le sonrió cerca de sus labios.

- Vámonos – Albus nos empujó un poco.

- Os esperamos en casa, en la habitación de Elna – murmuró Max. – No tardéis mucho. 

No respondieron, se estaban besando, mientras nosotros empezábamos a andar hacía una puerta negra muy muy pequeña.

El pasadizo en esta entrada conectaba directamente con las cocinas que utilizaban las ninfas, las cuales tenían otro pasadizo que daba al Sagrat Cor. Fue Max quién habló con mi padre, alagando que estaba cansada por lo mucho que habíamos bailado y que nos retiraríamos todos a casa tranquilamente.

No opusieron resistencia alguna. Nos despedimos de las personas más prestigiosas del lugar después de arreglar nuestra indumentaria, sonriendo falsamente a casi todos los presentes, entrando en el coche para dirigirnos a casa minutos después.

La profecíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora