12. Sin tapujos

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Siempre, desde muy pequeña, mis padres me decían que, si madrugaba, Merlín, Circe y todos los magos y brujas más poderosos del mundo me ayudarían a vencer el día. Me lo tomé como una rutina, me gustaba madrugar, aunque hoy no era un día de esos.

¿El motivo? Hacerlo en mi casa o el colegio era una cosa, podías ir a cualquier sitio y hacer lo que más quisieras, pero en casa de los Potter no tenía muchas cosas que hacer. 

Llevaba quince minutos mirando el techo, pensando en las cosas que podía hacer dentro de esas cuatro paredes: leer, estudiar, pintar, dibujar, ordenar el armario... Todas sumamente aburridas.

Me levanté con un largo suspiro, entrando en el baño después de escoger la ropa para el día de hoy.

El agua caliente me relajó. Era un privilegio poder tener esos momentos de tranquilidad, dejando de pensar, concentrándome en el tacto que el agua daba a mi piel.

Suspiré. Echaba de menos nadar.

Me sequé con lentitud, colocándome la ropa del día, saliendo de la habitación haciendo el menor ruido posible.

- Albus – susurré a su vera. Estaba estirado boca abajo, durmiendo plácidamente con la boca entreabierta y el pelo revuelto. – Albus – le aparté un par de mechones que cubrían sus ojos cerrados. – Albus – reí bajo cuando su frente se arrugó. – Albus, soy Elna – le acaricié el entrecejo. – Albus – me senté a su lado, acariciando su sedosa melena. - ¿Cómo puedes ser tan dormilón?

- Capulla – gruñó sin moverse.

- ¿Por qué me insultas? – reí.

- Tú lo has hecho también – su voz ronca y adormilada me erizó el pelo.

- Solo he dicho que cuesta despertarte.

- Claro – levantó un poco la cabeza. - ¿Qué quieres? ¿Qué hora es?

- Las cinco – susurré. – No podía dormir más.

- ¿Y eso te da derecho a despertarme? – sonaba más a afirmación que pregunta.

- Bueno, tú lo haces constantemente para entrenar, quería devolverte el favor – la luminosidad de la luna traspasaba los cristales.

- Capulla – gruñó colocándose boca arriba sin abrir los ojos. - ¿Qué necesitas?

- ¿Quieres aprender a hacer crêpes?

- Quiero dormir, Petit – se rascó las partes íntimas.

- Un día me contaste que no podías dormir después de despertarte – le recordé acercándome un poco a él.

- Tú me has despertado.

- El motivo da lo mismo, Potter – me mordí el labio para no reír. – Ya que estás despierto, podríamos cocinar.

- ¿Ves esto? – se destapó sin abrir los ojos. - ¿Lo ves? – se palpó la entrepierna, estaba dura.

- Lo veo.

- Podías hacer algo para aliviarme, ¿no crees?

- Pod...

- Piensa que me has despertado a las cinco de la mañana el día de navidad; no tenemos que estudiar, no tenemos que entrenar – bufó. – Ya que me estas tocando las pelotas, tócamelas literalmente, Petit.

- Prefiero cocinar – me puse de pie oyendo un largo suspiro.

- Espera – me detuve. – Siéntate otra vez, por favor.

La profecíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora