30. Epílogo

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Cuando desperté después de ese incidente, Albus tomaba mi mano con ternura, cantándole a nuestra bebé acurrucada en su pecho, conociendo otra faceta de él completamente desconocida para mí.

Severus tuvo que extraer a Ciara de urgencia, realizando un corte en mi barriga bastante feo, sacándola mientras Scorpius paraba a mi hermano.

Me contó que había perdido mucha sangre, que tuvieron que hacerme una trasfusión al llegar al hospital, siendo Kai mi principal donante y él el de nuestra pequeña.

Recuerdo cómo se me erizó todo el bello al escuchar sus palabras.

- ¿Dónde está él?

Esos ojos verdes me miraron tan profundamente que me hicieron llorar.

Me contó que estaba en una habitación en la planta inferior, que Scorpius le había golpeado un par de veces antes de utilizarlo como escudo ante un hechizo de Cléa; estaba luchando entre la vida o la muerte.

Me dijo que mis padres estaban allí, igual que mis amigos, hermanos y familia, pero que él no había permitido que nadie entrara.

Quería tranquilidad para los tres, mínimo hasta que yo escogiera que hacer.

- James llegó tan rápido como pudo después de recibir el patronus – me había contado. – Scorpius simplemente pasaba por allí y oyó los gritos de Myrtle.

Me contó que el profesor Malfoy fue quién llevó a nuestra bebé hasta San Mungo, que no respiraba después de sacarla, y si no hubiera sido por la rapidez de Draco, Ciara no lo contaría.

James fue quién me ayudó a mí, junto con la directora y la enfermera, para estabilizarme y tráeme a esta habitación.

No había salido en dos días.

- Ahora estás bien – murmuró. – Solo tienes que ponerte unas cosas en la barriga para que la marca sea menos visible y no hacer muchos esfuerzos durante dos semanas.

Eso era lo que menos me importaba. Mi bebé estaba bien, junto a mi esposo, y eso me hacía feliz.

Dejó a Ciara en su cuna para enseñarme a sentarme sin utilizar mucho la musculatura abdominal, preguntándome diez veces si estaba bien, si no estaba mareada o con ganas de vomitar, antes de ayudarme a levantarme y caminar lentamente hasta el sillón al lado de la ventana.

- ¿Puedo coger a nuestra hija, Sev? – recuerdo a la perfección su mirada, su preocupada mirada.

Recuerdo como soltó un suspiro y negó, explicándome que debía decirme otras cosas antes de eso, cosas que eran importantes y podrían desequilibrarme.

La primera fue que no podía amamantar. La segunda que no podría tener más hijos. Toni quiso deshacerse de nuestra pequeña, provocando la aceleración de un parto mal hecho, pero Cléa provocó una maldición con esas consecuencias.

- Me dijiste que querías tener una gran familia – ni siquiera pude mirarlo a la cara.

- Yo solamente quiero estar contigo, me da igual los hijos que tengamos, y siempre podemos adoptar.

- Pero yo...

- Podemos tener una gran familia si lo deseas, hay otras opciones.

Me abrazó tiernamente, susurrándome palabras bonitas mientras intentaba calmar mi dolor, besando mi cabeza animándome a llorar.

Cuando entró la enfermera para ver a la pequeña y explicarme que estaría en esa habitación dos días más, Albus me propuso admirar mi cuerpo frente al espejo. Me quité el horrendo camisón, viendo una cicatriz que iba de punta a punta de mi vientre.

La profecíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora