9. Nuevos planes

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Primera verdad: mi familia era sangre pura, con dinero y de las más respetadas del país.

Desde que nacimos, nos enseñaron la normativa a seguir para poder pertenecer a esa clase: ropa de etiqueta, comportamiento adecuado, relaciones exclusivas, amistades selectivas, don de palabra (cortante de ser necesario), no mostrar emociones y, la más importante, falsedad. 

Esa última no me la habían enseñado mis padres, ellos luchaban por no serlo, pero mis abuelos habían sido criados por personas estrictas, con el único objetivo de ser respetados y temidos por todos.

Segunda verdad: aunque no era participe de la falsedad, me gustaba manipular.

Mentir está mal, Elna – me había dicho Nil, mi hermano más grande, cuando tenía siete años.

No quiero hacerlo – mis brazos cruzados y mi ceño fruncido lo hicieron reír.

Normal, a mí tampoco me gustaría jugar con esas niñas tontas – me acarició el pelo.

- ¿Por qué debo hacerlo?

- No debes – lo mire sorprendida, sin entender. – Siempre consigues lo que quieres en casa, ¿por qué es distinto aquí?

Los abuelos quieren que juegue – bufé.

- Cierto, los padres y familiares de esas chicas van a invertir mucho en Santa Cat – asintió. – Mamá y papá necesitan el dinero para ampliar el hospital, sabes que es importante para todos los magos y brujas.

Lo sé – gruñí.

¿Recuerdas que hace unos años, tú eres pequeñita, los abuelos discutieron mucho con nuestros padres? – asentí. - ¿Recuerdas el motivo?

Falsedad.

- Exacto, nuestros padres no quieren que seamos falsos – me encogí de hombros. – Nunca han dicho nada de manipular.

- No te entiendo, Nil.

- A nosotros nos manipulas sin pensar – nos miramos a los ojos, los suyos relampaguearon. – Si quieres jugo y no agua, mamá te lo da; si quieres ese vestido y no el otro, papá te lo da; los sirvientes babean por ti y nosotros, tus hermanos... - se quedó en silencio unos segundos. – Nosotros siempre terminamos haciendo lo que tú dices, Elna, siempre, porque tienes un don para la manipulación.

- Toni nunca hace lo que le digo.

Que tengas un don no significa que no debas practicar y perfeccionar, Elna – me acarició la mejilla.

Tengo un don – repetí en un susurro recibiendo un asentimiento de mi hermano.

-  Por supuesto que ese don viene de familia, todos nosotros somos igual – sonrió orgulloso. – Aunque tú eres especial.

- ¿Eso es malo?

¿Para los otros? Mucho – me cargó en su regazo con una gran sonrisa.

¿Tú sabes manipular más que yo? – asintió. - ¿Y Kai, Iu, Hug, Toni y Max también?

- Todos somos más grandes, Elna, tenemos más experiencia.

Claro – me quedé en silencio mirando a esas niñas jugando a princesas. - ¿Me puedes enseñar?

-  No – lo miré rápido, notando desfallecer mi ilusión. – No es que no quiera, Elna, es que debes aprender sola. Míranos a nosotros, tus hermanos y padres, sé observadora, busca las mejores cualidades de cada uno de nosotros y haz la tuya propia.

La profecíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora