XXIV - Melodías curativas

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CAPÍTULO XXIV— Melodías curativas.

NATHALY

Música.

Una vez escuché que alguien decía: cuando las palabras fallen, la música hablará.

«¿Qué tan cierto es esto?».

En mi opinión, es totalmente real.

La música puede llenar vacíos que ni las más hermosas palabras podrían.

La música se amolda a tus sentimientos y pensamientos, te vuelve fuerte en medio de la vulnerabilidad, da la impresión de que acentúa tu dolor, pero lo hace para luego envolverte en melodías frescas que dan oxígeno cuando ya no te queda para respirar.

La música es ese río fresco que mengua la asfixia del desierto.

Solía tocar el piano con la misma intensidad con la que respiraba, moviendo los dedos sobre las teclas blancas y negras, cerrando mis los mientras las notas se convertían en melodías que tranquilizaban mi atormentada alma.

«¿Hace cuánto que no pongo mis manos sobre el piano?».

No sé con exactitud cuánto tiempo ha pasado, sólo sé que fue hace tanto que el recuerdo de la última vez se vuelve borroso en mi mente, un día lo guardé en su estuche, prometiendo volver a sacarlo cuando estuviera lista, pero jamás cumplí aquella promesa.

¿Cómo podría volver a tocar?

Cada vez que me acerco a ese instrumento, me tiemblan las manos y mi pecho se oprime. El recuerdo es muy doloroso, aunque soportable gracias a las terapias con la psicóloga. La semana pasada abordamos ese tema, dándole más relevancia al suceso del accidente. Las primeras sesiones no pude decir más de dos frases en relación a ello, ella fue paciente, realizamos ejercicios y avanzamos poco a poco, hasta que logré relatar lo sucedido sin trabarme a la mitad.

Sigue siendo complicado de todas formas, por ello no quiero abandonar las terapias, me hacen bien.

Mientras daba un paseo por la universidad para conocerla más y recorrer pasillos que no había recorrido antes, di con una puerta que decía: «Sala de música y danza». Por curiosidad entré, y una sensación de nostalgia me invadió de inmediato, como si hasta el aire hubiese sido perfumado con recuerdos. El salón es grande, tanto como un auditorio, de paredes blancas con algunos espejos en ellas, supongo que es por las que practican baile.

Hay sillas negras organizadas en un semicírculo, pese a estar un poco regadas, su posición es como las que colocan en las orquestas. Sigo ojeando el lugar y aprecio con la mirada varios instrumentos: guitarras, violines, bajos, tambores, flautas, clarinetes, entre muchos más. También noto que hay algunos atriles en los que están sujetas las partituras de lo que estaban practicando, reconozco varias de las piezas en los pentagramas, en su mayoría son de composiciones clásicas de autores reconocidos como Vivaldi o Mozart.

Me adentro más en el salón porque es como si cierta familiaridad me invitara a seguir escudriñando este lugar. Cuando comienzo a sentirme más cómoda y relajada me detengo en seco al ver aquel instrumento que me daba paz, pero ahora es el detonante de mis recuerdos más dolorosos.

Un piano...

Un precioso piano de cola, de madera negra pulida la cual brilla por el barniz trasparente con el que ha sido recubierto, tiene detalles dorados en lugares como las patas y bordes, la tapa que lo cubre está levantada, dejando ver esas perfectas y cuidadas teclas, las cuales son capaces de producir el más hermoso de los sonidos.

No me percato de que mis pies están caminando hasta allá sino cuando me detengo frente al piano, sintiendo mi corazón latir desenfrenado en el pecho, y aun vacilando un poco, levanto mi mano temblorosa hasta que mis dedos rozan las teclas.

Una estrella agonizante ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora