XXXIII - El poder de la compañía

92 20 13
                                    

Aviso: Hay un capítulo nuevo antes de este, por si la app te trajo hasta aquí primero.

***

CAPÍTULO XXXIII — El poder de la compañía

VICTOR

Me gustaría saber cuál fue el mal que yo hice para tener que ir de campamento con mi progenitor.

«No sé cómo es que Nathaly aceptó semejante babosada».

Conduzco por la carretera tratando de centrar mi atención en la rubia que duerme en el asiento del copiloto. Selena tiene los ojos cerrados y la respiración calmada; han pasado dos semanas desde que la hospitalizaron y hoy al fin la dieron de alta, ahora la estoy llevando a su casa después de haberla acompañado cada día que estuvo en esa clínica. «No iba a dejarla sola en un momento tan duro como ese».

El doctor reiteró una y otra vez lo importante que es su alimentación a partir de ahora, la envió al nutricionista y personalmente me encargué de apartarle una cita. Iré con ella, y si no quiere me importa un bledo, voy y punto.

Todos estos días hemos afianzado nuestros "lazos". Lo primero que hice apenas estuve a solas con ella fue disculparme por ser un capullo insensible después de las veces que estuvimos juntos. Selena no me culpó ni se enojó, al contrario, me sorprendió al decirme que entiende lo que es tener miedo a que otra persona vea más allá de tus ojos.

Me contó lo del desorden alimenticio, aunque de todas formas iba a saberlo, porque soy el que ha estado presente constantemente toda la semana, en cada chequeo o prueba de sangre; su madre ni siquiera se ha comunicado con ella, y eso me tiene con más rabia que oxígeno en los pulmones.

No entiendo cómo puede simplemente desplazar a su hija y usarla netamente cuando necesita una modelo.

Estuve buscando a quién culpar por lo que sucedió con Selena, y definitivamente la culpable es su madre.

Aprieto las manos en el volante, respiro profundo y trato de calmarme cuando veo que mis nudillos se ponen blancos. Enciendo la radio y una canción de Adele inunda el interior del auto, y como mal gusto musical no tengo, la dejo a bajo volumen y fijo la vista al frente.

Es de noche, la calle es iluminada por los faroles en los postes altos, el viento recio sacude las hojas de los árboles y el frío nocturno hace que la rubia a mi lado se estremezca. Subo las ventanillas de las puertas, no quiero que se vaya a resfriar.

We could have had it all, rolling in the deep. —tarareo entre dientes la canción de la radio.

—No sabía que cantabas.

Callo de golpe cuando escucho la baja risita de Selena.

Tiene los ojos adormilados y aunque ella lo niegue, luce preciosa sin maquillaje. Su cara ya está tomando color, sus ojos tienen un brillo nuevo, las grietas de sus labios desaparecieron rápidamente después de la hidratación y ahora se le ven más rojos y llenos. Mechones del cabello se le escapan del moño improvisado que se hizo y no contengo el impulso, alargo la mano y acaricio su mejilla suavemente, escondiéndole el cabello tras la oreja.

«Me gustas mucho» quisiera decirle, pero en lugar de eso retiro mi mano y vuelvo la vista al frente, tragando grueso sin que lo note.

—No, no canto, solo balbuceo la letra. —me encojo de hombros restándole importancia al golpeteo acelerado de mi corazón.

Se ríe y me parece el sonido más bonito del mundo.

No sé qué carajos me pasa, me molesta no saber qué hacer con lo que siento, y me confunden las distintas emociones que me atropellan cuando me mira de reojo o capto el olor de su perfume. Es como si de repente me clavaran una aguja en el pecho, pero no para lastimar, sino para alivianar la fatiga y presión, como un analgésico.

Una estrella agonizante ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora