I | Agujero negro

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CAPITULO I | AGUJERO NEGRO.

NATHALY

—Nathaly. —escucho que tocan la puerta en la que se recuesta mi espalda.

No pude dormir bien, hacía frío, mucho frío.

—Hoy no iré a clases, quiero estar sola. —me deslizo por la madera hasta caer sentada en el piso.

Vuelve a tocar con más fuerza aumentando la migraña que me taladra el cráneo.

—¡Abre la puerta!

—Algún día se cansará. —mascullo suspirando.

—Levántate del piso que voy a entrar. —advierte y sin permitirme responderle, gira la perilla que me obliga a apartarme a un lado para no ser arrollada por la puerta. «Olvidé que tenía llave».

Ella avanza hasta la ventana sin mirarme y abre las persianas de un tirón, la luz solar ilumina la habitación y me cubro los ojos con el brazo para no encandilarme.

—¡Mara! —le reclamo a mi mejor amiga y la escucho reír. «Está loca».

—Voy a volcarte un vaso de agua encima si no te levantas de ahí, no comiste ayer y anoche no saliste ni a caminar dos cuadras, hoy no harás lo mismo, no me obligues a tomar medidas extremas. Párate de ahí ya. —amenaza más seria extendiéndome la mano para ayudarme a ponerme de pie.

«Es como un puñado de hormigas en el brasier».

Como sé que es capaz de arrojarme un balde entero de agua helada, sujeto su mano con fuerza levantándome a regañadientes, tomo mi toalla y voy al baño arrastrando los pies como si fueran yunques. «Realmente así se sienten».

Mara Escalona es mi mejor amiga desde hace más de cinco años, una morena fastidiosa de cabello castaño rizado, ojos cafés oscuro, pestañas y cejas abundantes, y labios definidos. No es alta, para nada alta, es pequeñita, y siempre me gusta fastidiarla con eso, aunque me causa cierto temor ver a esa mujer enojada.

Después de asearme regreso a la habitación preguntándome por qué no salté por la ventana antes de que ella entrara, me ubico de pie frente al espejo y el reflejo de mi cuerpo no me causa tanto repudio como otros días, mi piel marfileña roza la lividez por la falta de exposición a los rayos ultravioletas, el cabello negro ondulado cae húmedo hasta la mitad de mi espalda, los ojos marrones que heredé de mamá lucen tan vacíos que con solo verlos se me cierra la garganta, y mi contextura corporal está... normal, apenas se hacen notorios los gramos que perdí debido a mi poca alimentación en la última semana.

Me distraigo cuando veo la cicatriz rosácea de siete centímetros que reluce en la piel de mi abdomen, tiene forma de línea ondeada, e inevitablemente se atasca un nudo más grande en mi garganta al recordar que me la hice cuando...

—Puedes recogerlo con unas ligas. —sugiere Mara al volver a la habitación viéndome el cabello, trae un libro en la mano que se dedica a leer mientras espera por mí.

Estamos en las residencias de la Universidad de Washington, ubicada en Seattle. Nos mudamos hace unos cuatro meses, cuando las dos fuimos aceptadas para estudiar aquí y se nos otorgaron becas por nuestras elevadas calificaciones y desempeño escolar, y es así como costeamos las carreras; ella estudia periodismo, y yo psicología.

La habitación no es muy grande, pero sí bonita, hay suficiente espacio para dos camas individuales, un armario mediano y un escritorio pequeño para los libros.

—Me encargaré de él más tarde. —suspiro envolviendo mis greñas con la toalla, esforzándome porque no note la pereza en mi voz. «No quiero más sermones».

Una estrella agonizante ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora