CAPÍTULO VII — Pedrería barata.
NATHALY
Dos ramas me rodean los tobillos inmovilizándome en la tierra, las copas de los árboles parecen volverse más frondosas y espesas, los rayos de luz de luna batallan para iluminar a través de las hojas y cuando muevo mis talones las enramadas aprietan más fuerte, sacándome un quejido.
Sé que está cerca, ya viene por mí, lo puedo sentir, si tan solo supera qué o quién es.
Sigo inmóvil, asustada y adolorida, la tierra se sacude y al bajar la vista suelto un alarido pidiendo auxilio cuando las piedras caen en la abertura que se está abriendo a mis pies, el agujero se hace más profundo y caigo en el interior aterrizando en un pozo de agua helada que me congela los huesos, chapoteo por llegar a la superficie, pero las ramas sigue tirando de mí hasta la profundidad, una mano me cubre los ojos y mi boca se abre por el asombro, trago el líquido que me llena los pulmones arrancándome la vida, tiran violentamente de mi brazo rompiendo mi piel, cierro mis ojos y empiezo a patalear con la poca fuerza que me queda...
—¡No, no, no! ¡Ah! —abro los ojos de golpe, me sacudo con tanta brusquedad que tumbo en el suelo la almohada, un peluche y parte de la cobija.
Veo a mi alrededor, estoy en la habitación, sentada en la cama de sábanas lila. «Estoy bien, estoy bien, solo fue un mal sueño».
—No-no hay agua aquí...—susurro secándome las lágrimas— no es real, fu-fu fue solo un mal sueño.
Mi mente intenta aclararse, pero sigo jadeando mientras recuerdo lo que acabo de soñar. Me arde el pecho, todo mi cuerpo está bañado en sudor, el cabello se apelmaza en mi cara, me tiemblan las manos y tengo una punzada de migraña en la sien que se ha vuelto como un órgano más, ningún analgésico ha sido capaz de desaparecer ese dolor de cabeza.
—Solo fue una estúpida pesadilla, tranquila. —me digo repetidas veces. «Quisiera un abrazo de mamá».
Son las cinco de la mañana, es domingo y por culpa de esas pesadillas ya estoy despierta, anhelando volver a dormir, pero a la vez temiendo regresar a tener ese desesperante sueño. Sigo en la cama con las piernas abrazadas al pecho, mirando la pared que tengo enfrente con la barbilla recostada de mis rodillas.
«Me alegra no haber despertado a Mara con mis gritos esta vez».
En ocasiones pienso que lo mejor sería vivir sola, apartada de todo y todos, así no molestaría a nadie con mis alaridos aterrorizados.
Mi teléfono vibra y frunzo el ceño. ¿Quién será a estas horas?
Número desconocido: Bonita, soy Peter, lamento haber sido un idiota. ¿Sigues en casa de tu padre?
Borro el mensaje de inmediato.
Número desconocido: Nathaly, sé que lo arruiné, pero tú sabes que nadie estará como estuve yo.
Número desconocido: Nadie más va a comprenderte ni aceptarte.
Número desconocido: Si tú te esfuerzas podríamos hacerlo funcionar otra vez.
Número desconocido: Si fueses menos exigente también sería más sencillo.
Número desconocido: ¿Sabes qué? No sé por qué te sigo buscando, no lo vales.
Apago el celular cuando llega otro que no me molesto en leer, y trago grueso respirando hondo. De todas las personas que no quería encontrarme en casa, Peter encabezaba la lista, y ahora también tiene mi número, no sé ni cómo lo obtuvo, pero es lo que menos interesa, solo quiero que deje de decir tonterías.
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Una estrella agonizante ✔️
Novela Juvenil"Pánico. Se acercó a mí como una serpiente que envenena desde adentro. Ahí estaba yo. En el pavimento, completamente retorcida por los fármacos, con la boca seca, siendo esclava de los espasmos, sin fuerzas, sin control, sin energía, sin mi ángel. ...