II - En la estacada.

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CAPÍTULO II — En la estacada.

NATHALY

—¿Me estás escuchando? —Selena me sacude el brazo y con una furibunda mirada le hago saber que si no deja de zarandearme le arrancaré la mano. «No me gusta que me sacudan así».

Selena es una rubia de ojos miel, con un cuerpo perfecto y una autoestima envidiable. Desgraciadamente es mi compañera en la clase de estadística, y sería mucho pedir que definiera esa palabra, ya que ignora todo lo relacionado a los números.

Es viernes, son las 7:20 de la mañana, no dormí ni una hora anoche —como siempre—, mis neuronas apenas captan lo que dice el profesor, así que no presté atención a nada de lo que me estaba diciendo ya que las voces que no me generan paz las catalogo como murmullos etéreos en el aire.

—Lo siento. ¿Qué dijiste?

No vuelve a tocarme y no decae en su ánimo, como si yo no estuviera hablándole con una hostilidad nada característica de mí. «Es impresionante como la tristeza te transforma en un ser antipático desconocido hasta para ti mismo».

Llega un punto en el que hasta tu reflejo en el espejo te causa desconcierto, porque no reconoces a la persona que ves allí.

—Te hablaba de la fiesta de esta noche —sonríe abiertamente—, es en casa del hijo del rector.

Saca su estuche del maquillaje y se aplica otra capa de brillo labial rosado chillón.

«Ajá, habrá una fiesta. ¿Eso a mí qué?».

—Tú y Mara pueden venir. —añade mirándome de reojo.

Casi, juro que casi me echo a reír.

Internamente lo hago, como si me estuviera contando el mejor de los chistes.

—Oh, no —niego—, no nos van las fiestas. —aclaro y sigo escribiendo en mi libreta un montón de garabatos que rompen la hoja cuando trazo una línea repetidas veces afincando el lápiz con un poco más de fuerza.

Mara y yo siempre hemos tenido un concepto muy distinto de "diversión". No nos llevamos bien con las multitudes de gente, es agobiante mantenerse entre tantas voces y olores diferentes, y en cuanto a la bebida, tomamos distancia con el alcohol, ella porque aborrece su sabor y yo porque sería suicidio ingerirlo con antidepresivos y somníferos en mi sistema.

Pueden llamarnos aburridas o aguafiestas, pero no nos interesa.

—Habrá chicos lindos. —Selena intenta persuadirme. «En vano».

Lamentablemente no es algo que me atraiga.

Paso la mayor parte del día tragando pastillas para lidiar con el insomnio y la resequedad de mi alegría «no es algo de lo que me enorgullezca», así que no creo tener muchas ganas de rodearme de hombres que no harán más que fijarse en alguno de mis atributos corporales para tener una razón para hablarme.

«Además de que tengo mis razones para desconfiar del 95% de la población masculina».

—Creo que paso. —repito sin quitar la mirada de mis ecuaciones.

—Nath, no puedes encerrarte por siempre. —me espeta poniendo su mano sobre la mía y aparto el brazo como si ella tuviera corriente.

—Yo no me encierro, no digas tonterías que no me conoces.

Por supuesto que me encierro, pero no por las razones que ella cree que lo hago, desconoce mis motivos para alejarme y cerrarme incluso a las palabras alentadoras de aquellos que me rodean. ¿Qué esperan que haga?

Una estrella agonizante ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora