IV - Hogar

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CAPÍTULO IV — Hogar

NATHALY

¿Ya está?

¿Se terminó?

Mis ojos están cerrados, sigo sintiendo el peso de algo o alguien sobre mí, escucho gritos y murmullos alrededor. Espero alguna señal de dolor que me indique que estoy herida, pero no siento nada, solo el agitado movimiento de mi pecho y una intensa punzada en uno de mis hombros.

—Oye. —me llaman y una mano cálida toca mi cara, acariciando suavemente mi mejilla.

«No quiero abrir los ojos y estar acá de nuevo, no por favor».

—¿Crees que esté herida? —oigo que pregunta alguien más.

—Nath. —susurra una temblorosa voz muy cerca de mis oídos, se me remueve todo y paso saliva.

Es Mara.

Abro los ojos lentamente digiriendo que sigo respirando y trato de averiguar en dónde estoy.

Me encuentro tirada boca arriba en el suelo, mi mejor amiga se ve muy asustada, está llorando y eso me hace reaccionar y apretar los ojos, las manos, hasta los dedos de los pies. Muevo la cabeza a los lados para que se tranquilice mientras que mi cerebro le ordena a mi boca que hable.

—¿Estás bien?

A un lado de mí se encuentra una figura masculina. «¿Danny?».

Parpadeo un par de veces para aclarar mi visión. Sigo algo aturdida, la gente se amontona cerca de nosotros y mi cabeza da vueltas haciendo que me maree, también tengo náuseas y ganas de vomitar. Mara sigue sollozando y al verla tan angustiada logro encontrar mi voz y poner a funcionar mis cuerdas vocales.

—Estoy bien, estoy bien. —les aseguro en un tartamudeo y trato de levantarme, Danny me sostiene hasta que dejo de tambalearme.

—Que susto me has dado, no vuelvas a hacer eso. —gimotea mi mejor amiga lanzándose a abrazarme con demasiada fuerza.

La multitud empieza a dispersarse y mi mente se va aclarando, comprendiendo lo sucedido mientras beso la frente de ella y vuelvo a apretarla contra mi pecho para que se calme.

—Mara, estoy bien, tendré más cuidado la próxima vez que cruce la calle. —le aseguro cuando se niega a soltarme.

Dirijo mi vista hacia Danny.

—Gracias, en verdad. —le hablo a él aun en los brazos de mi amiga y contengo la humedad en mis ojos.

Él suspira y el cabello negro le cae en las cejas cuando sacude la cabeza.

—Te vi cruzar la calle y cuando iba a acercarme, salió ese auto de la nada y tú te petrificaste, te grité, pero no escuchaste. Yo me moví lo más rápido que pude, estuviste a punto de...—sigue explicando y se pasa las manos por la cara, pero yo dejo de prestarle atención y me pierdo en mis pensamientos.

Todo estaba por acabar.

Las lágrimas, el dolor, la culpa, las noches en vela, el pánico, el constante ardor en mi pecho, la sensación devastadora de soledad...

Ese auto iba a acabar con todo.

«¿Realmente estás pensando que esa era la solución, Nathaly?» me cuestiono a mí misma y me decepciono del rumbo que tomaron mis emociones, ese auto acabaría no solo conmigo, sino con la felicidad de aquellos que me quieren a pesar de mis fallas y perenne apatía, los apagaría, sería la culpable de la ausencia de alegría en sus semblantes.

No estaría siendo justa.

También iba a acabar con las pocas risas sinceras que han salido de mí, los recuerdos agradables, y momentos que, si fueron felices, habría aplastado mis sueños.

Una estrella agonizante ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora