SELENA

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ALERTA DE CONTENIDO SENSIBLE:

ESTE CAPÍTULO CONTIENE ESCENAS DE AUTOLESION, NO APTA PARA MENORES DE EDAD. LEE BAJO TU RESPONSABILIDAD.

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Coraza de hierro.

SELENA

Las arcadas no se detienen, sujeto mi rubio cabello con una mano mientras que la otra se aferra a la tapa del váter, expulso todo lo que consumí en la mañana hasta que no queda nada. Tomo aire cuando dejo de vomitar y seco el sudor de mi frente.

Tiro de la cadenilla, suspiro de alivio y sonrío levemente. «Ya salió todo, no hay nada que temer».

Me levanto del piso frío y observo mi reflejo en el espejo. Tengo unas ojeras muy marcadas bajo mis ojos y la piel carente de color, pero mi cuerpo está como debe estar. «Mientras esté delgada todo estará bien».

Me lavo la cara y los dientes, salgo del baño a mi habitación sintiendo una ligera jaqueca, más le resto importancia. Todo está arreglado meticulosamente, los libros ordenados por tamaño, la ropa colgada por colores y mi cama perfectamente tendida.

Me da paz ver todo arreglado a la perfección.

Las paredes azul claro le dan un aire fresco al lugar y el sol que se cuela por la gran ventana ilumina toda la estancia. Es viernes, fue una semana agotadora, estoy muy cansada mentalmente. Me tiro en mi cama para tratar de descansar un rato, mi clase de hoy es en unas tres horas, creo que si duermo un rato...

Tres golpes en la puerta me hacen abrir los ojos de golpe.

«¿Será mi mamá?». Me emociono un poco al imaginarla ahí afuera, aunque eso sería raro, nunca se toma la molestia de venir a buscarme para decirme algo.

Giro el pomo y mi sonrisa se desvanece al ver a Bianca parada frente a mí; es la chica de treintañera de servicio que tiene una amabilidad impresionante. Trabaja para nosotros desde hace años, y siempre me trata con respeto y cariño; es más o menos de mi altura, el cabello cobrizo oscuro hasta los hombros siempre le queda precioso, es un fastidio siempre tenga que usar ropa tan cómoda y sencilla para trabajar, no permite que lo luzca como merece.

No la hacemos usar uniforme porque nos parece denigrante, o al menos yo lo veo así. Que sea la encargada de la limpieza y mantenimiento de la casa no es una razón para hacerla vestir como sirvienta.

—Hola, Bia. —saludo con una leve sonrisa de labios cerrados.

—Sé que esperabas ver a tu madre —me dice con suavidad, siempre ha sabido leer mis expresiones—, pero tuvo una reunión importante y acaba de irse.

Mamá siempre la tiene de mensajera, no sé por qué no viene ella misma a informarme que se largará.

—¿Fuera de la ciudad? —me atrevo a preguntar.

—Sí.

—¿Y se fue sin despedirse de mí?

No sé para qué pregunto si ya sé la respuesta.

—Tenía mucha prisa. —intenta justificarla, aunque tampoco está de acuerdo con ella.

—Tranquila, estoy acostumbrada. Gracias, Bia.

Cierro la puerta y me aguanto las ganas de llorar.

—¿Selena?

Suspiro antes de abrir de nuevo. «Ella no tiene la culpa, no puedo tratarla así».

—Lo siento, no quería ser grosera, no volverá a pasar.

—No te preocupes, cariño, no es tu culpa —acuna mi mejilla sonriéndome, es como tener una hermana mayor—. ¿Quieres almorzar? Preparé pasta al pesto, tu favorito.

Una estrella agonizante ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora