Capítulo ocho

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Kyle salió a buscar comida, temiendo por ella. No quería volver a dejarla sola, pero tampoco podía encerrarla. Independientemente de si ella escapaba o no, la encontraría.

Siempre la encontraría.

Gaelle lo estaba esperando, hecha un ovillo en el pequeño apartamento que Kyle había conseguido rentar.

Ahora era una loca que se había fugado del manicomio, y probablemente ahora mismo la directora del hospital psiquiátrico estaría moviendo cielo, mar y tierra para encontrarla. Miró sus muñecas, o mejor dicho, las marcas de sus muñecas. Aún sentía el dolor de las correas que le ataban, aún podía ver como la sometían aunque ella no presentara resistencia. No recordaba cuándo fue la última vez que creyó tener fe en la humanidad.

La puerta se abrió y le dejó ver a Kyle, con una caja cuadrada y a la vez plana que desprendía olor a especias, salsa de tomate y queso. Claro, pizza.

–No tardaste.

–No planeaba hacerlo.

Cuánto deseaba en estos momentos ella que Kyle hubiera tardado más para poder llorar, pero ya no podía. No volvería a llorar frente a él y punto.

Ambos tomaron asiento nuevamente en el suelo y comieron en silencio, hasta que ella se animó a hablar:

–¿Has visto a mis padres?

–No..., es decir, sí.

–¿Cuándo fue la última vez?

–Cuando discutieron en plena acera de su vecindario. Querían llevar a Ava a un internado.

–¡¿Qué?! ¡¿Por qué?!

A Gaelle le resultaba extraño pensar siquiera en que su madre podría devolver un grito a su padre. Antes, sin razón aparente, Roger se presentaba en su casa para maltratar y golpear a Anne, la madre de Gaelle, cuando ella no había hecho absolutamente nada.

–Creo que se fugó de casa para ir a una fiesta pero –se encogió de hombros– no sabría responderte.

–Ellos... ya... –Gaelle no encontraba la manera de preguntarlo–. Mis padres... ¿saben ya que estas vivo?

De pronto, Kyle paró de masticar y dejó suspendida la rebanada de pizza en el aire. Ni el sonido de un grillo se escuchaba. Se podía palpar la tensión.

–Eres la única persona que sabe que vivo. –Respondió él después de incomodos cinco segundos de silencio.

–¿Sabes que no te podrás quedar en este apartamento rentable por siempre? –Inquirió ella cambiando de tema.

–¿Sabías que tú también estás aquí?

Gal entrecerró los ojos.

–¿Sabías que me puedo ir cuando yo quiera?

A Kyle esa respuesta lo alteró.

–¿Y por qué no lo has hecho? –Preguntó Kyle, temeroso.

Este juego de preguntas comenzaba a intimidarlos a ambos, pero ninguno lo demostraba.

–Quizá sólo quiero obtener algo de ti. –Dijo ella fríamente mientras se encogía de hombros.

Eso, en lo profundo del ser oscuro y malvado de Kyle, le dolió. La idea de que ella solamente lo necesitara para algo y después desecharlo le parecía repudiable.

–No eres así, Paige –aseguró Kyle con arrogancia y una sonrisa burlona en su rostro.

–No, no era así. Pero ¿sabes algo? Las personas pueden cambiar mucho después de estar en un manicomio durante seis años sin necesidad de estar mentalmente dañadas. Es como... como un gran fuego que te consume lentamente hasta convertir tu alma en hielo. Qué ironía, ¿no crees? Después, te das cuenta de que no es hielo..., no es fuego..., tan solo es... odio.

Forgive-him-notDonde viven las historias. Descúbrelo ahora