Capítulo veintitrés

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Apoyó su cabeza en sus manos mientras se enfrascaba y la daba mil vueltas al asunto. Ya había pasado poco más de un mes desde que Lauren había escapado y no habían podido dar con tantas pistas como a ella le hubiera gustado; es por eso que se dio a la tarea de contratar a un investigador privado que, sin duda había averiguado algunas cosas, pero no las suficientes como a ella le gustaría.

La directora del Hospital St. Judas observó con detenimiento los cinco expedientes que estaban colocados frente a ella, en su escritorio. Había uno que sobresalía por el grosor: Lauren Paige, G.
Observó tanto el expediente con la esperanza de que la respuesta estuviera frente a ella y simplemente antes no le hubiera puesto tanta atención, que por unos minutos se olvidó de parpadear y sus ojos, debido a la resequedad, le lagrimearon. De manera brusca se retiró las lágrimas traicioneras que le corrían por las mejillas para después sostener el expediente entre sus delgados y crueles dedos.

Si tú fueras Lauren...

Esas palabras le habían estado rondando la cabeza desde que había tenido su última reunión con el investigador privado, Timothy Rutledge, y él le había planteado posibles situaciones que, a los oídos de Julia, resultaban precarias para provenir de una mente tan maquinada como la de Lauren; al final, cuando veían que la conversación no llegaba a ningún lado, él le había preguntado: bueno, Julia, si tú fueras Lauren, ¿a cuál lugar sería el primero al que huirías?

Julia había descartado en primera instancia esa pregunta. El economizar en deducibilidad no hacía más que perder el tiempo. Aunque estaba segura de que Lauren se mantendría en movimiento, no pensaba que fuera tan tonta como para ir a pasearse por el mundo sabiendo que era fugitiva. Además, ¿huir? ¿A dónde?

Había tirado por la basura la posibilidad de que haya ido a la casa de los Lauren porque, de entrada, sus padres fueron los que la echaron al hospital mental. Y, de todas maneras, su relación no era la más bonita, a pesar de lo que le habían hecho creer a la gente.

Ella no había tardado mucho tiempo en darse cuenta de que Gaelle no sufría alguna enfermedad mental grave, sino que simplemente estaba al borde de la depresión por un tonto noviazgo adolescente que acabó porque su pareja murió en un conflicto armado entre narcotraficantes o tratantes de blancas peligrosos. Toda una tragedia.

La pobre Lauren no hacía más que balbucear que su difunto novio iría por ella, y de alguna manera Julia le llegó a creer. Sí, creyó que su novio se reuniría con ella en el otro lado.

Julia se percató de que Lauren, fuera de que no pudo asimilar de buena manera la muerte de su difunto novio, era una chica muy sana a la que básicamente habían arrojado a un manicomio para deshacerse de ella y sus lloriqueos. Y eso a la directora del hospital le vino como anillo al dedo.

Al principio estaba trabajando en una importante investigación en la que buscaba comprobar una teoría un tanto obvia, pero en la que ella quería ahondar: comprobar que el ser humano puede estar en sus cabales, pero lo que lo rodea influye tanto que le puede hacer perder la razón. E incluso la identidad. En eso iba a hacer ella hincapié.

Pero por supuesto que nadie en sus completos cabales se ofrecería de voluntario para corroborar una teoría así. Por eso al darse cuenta de que Lauren no debería estar internada, tuvo que hacer de lado sus principios éticos y morales y cuánto juramento hipocrático había hecho.

Pero después pasó lo de la hija de Julia.

Lisa.

Tan solo con veinte años, desarrolló una extraña enfermedad de la que no quería ni acordarse, pero que le estaba carcomiendo los órganos día tras día. Primero atacó un riñón completo y una mínima parte del pulmón izquierdo. Luego la enfermedad le había comenzado a deformar el rostro.

Forgive-him-notDonde viven las historias. Descúbrelo ahora