Capítulo dieciséis

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Habían decidido que no había algún caso en seguir discutiendo, por lo que después de haber tomado un baño cada uno por su lado salieron a proveerse de alimento.

––¿Recuerdas los discos de vinilo que conservaba Cassian en su habitación? ––Preguntó Kyle, intentando iniciar un tema de conversación en el que ninguno de los dos resultara afectado.

––Sí. ¿Qué pasa con ellos?

–Tuvimos que venderlos en una venta de garaje para conseguir dinero.

––¿Dejaste de estafar a la gente en el póker o él ha dejado su trabajo de barman?

–Ninguna de las dos.

––¿Por qué necesitarían, entonces, más dinero? ––Preguntó ella, en parte curiosa y en parte con sarna.

Kyle agachó la mirada y se dio cuenta de que su intento de no tocar temas que afectaran el buen rollo que hasta ese entonces habían mantenido había fallado estrepitosamente.

–Su enfermedad... –La voz se le cortó, pero fue suficiente para que Gaelle no hiciera más preguntas.

En el pequeño hogar de dos de los Eden, en Florida, hubo veces en las que gritaron, discutieron, lloraron, amaron e incluso se golpearon el uno al otro, pero nada era más grande que una profunda tristeza y una continua certeza de que pasara lo que pasara las cosas tenían que seguir su rumbo, de preferencia hacia adelante que hacia atrás, porque si te regresabas era sólo para confirmar algo y nunca para repetirlo.

Gaelle sufrió junto a los Eden porque nada podía ella hacer contra la enfermedad de Cassian, el hermano de Kyle. Por un tiempo lo quiso mucho, pero aun así ella seguía poniendo a Kyle por sobre todos sus tesoros.

–Mejorará –le alentó.

–No lo creo posible, pero gracias por tu intento de darme esperanzas.

Guardaron silencio un rato, aunque realmente no había silencio alguno; a través de las paredes se escuchaban hombres ajetreándose por sobre el barco, desplazando cosas de un lugar a otro, gritando ordenes y otros pocos riendo.

Había un comedor muy pequeño que casi no era usado, pero no significaba que no estuviera allí. Los marineros rara vez acudían a él para hacerse de comida, puesto que iban más bien a descansar un rato. Había horarios, pero casi nadie los respetaba. A Russell eso no le molestaba de alguna manera mientras todos cumplieran con sus deberes.

Hacía apenas un día, la pareja de intrusos se enteró de que, con frecuencia, los marineros realizaban noches libres en las que jugaban a las cartas, bebían y a veces bailaban.

Billy le había dicho a Gaelle que estaba invitada..., que los dos estaban invitados; la próxima sería esa noche y esperaba poder contar con su presencia, ya que no eran obligatorias pero sí entretenidas y necesarias para no pasar un mal agüero en todo el tiempo.

Gaelle no solía juntarse con Kyle para comer, pero ese día fue diferente. No habían terminado de hablar todo lo que se tenían que echar en cara, pero aceptaba dejar las cosas en paz por un rato. No le apetecía seguir con un tema cuyo final era, como mínimo, precario.

Resultaba agradable que ellos podían acudir a la cafetería a casi cualquier hora que les apeteciera y siempre habría alguien dispuesto a atenderles. Kyle no lo sabía porque eran escasas las veces que había ido, pero Gaelle sí. Billy se lo había dicho.

Fue una grata sorpresa el hecho de que, apenas tomando asiento, dispusieron una mesa con varios platillos a escoger.

Ninguno de los dos conocía al cocinero, pero sin duda después de semejante hospitalidad tendrían que agradecerle.

Forgive-him-notDonde viven las historias. Descúbrelo ahora