𖦹 Veinticinco 𖦹

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Sus muñecas picaban, en sus ojos ardían lágrimas y sentía su corazón estrujándose cada vez más en su pecho.

Había salido de esa máquina que le aterraba y solo quería volver a esconderse en brazos de su novio, pero éste no estaba, ni su madre tampoco.

Una absurda idea de que lo habían dejado lo atormentaba.

Estaba solo, sentado en mitad del pasillo del hospital, con un montón de gente que desconocía a su alrededor, que retenían sus manos para que dejara de lastimar sus muñecas, y hacían demasiadas preguntas.

Él apenas podía murmurar torpemente el nombre de su novio, parecía que ninguna otra palabra quería salir.

Apenas vió cómo todos esos desconocidos se apartaban antes de sentir los cálidos brazos de Chan, abrazándolo.

El castaño se sintió culpable por haberlo dejado esperando.

Felix era sensible a un punto que él no entendía.

—Bebé, soy yo, ya estoy aquí, soy yo— habló apresuradamente al sentir a Felix queriendo escapar de sus brazos con miedo—. Lixie, para, soy Chan, todo está bien— su voz se rompió un poco, el castaño dejó de pelear cuando escuchó su nombre.

Rápidamente escondió su rostro en su pecho, escuchando sus disculpas, sus palabras bonitas y todos sus lindos apodos, aunque sólo se mantuvo pegado a él, tranquilizándose con su cómodo aroma hasta que palmeó el pecho de Chris para que se apartara.

Chan limpió unas lágrimas que habían escapado.

—¿Estás mejor, bebé?— preguntó con suavidad.

Felix asintió, sentía sus muñecas doler por haberlas rascado, alzó un poso sus antebrazos, viendo los rojizos trazos sobre su piel.

Odiaba hacerse eso, pero no podía evitarlo, no podía controlarlo, no se daba cuenta cuando empezaba o cuando terminar.

Sintió a Chris acariciar sus cabellos, lo vió tomar con delicadeza su muñeca por la parte externa, para levantar sus brazos y besar suavemente los rasguños.

—No pasa nada— dijo el castaño, sonriendo un poco, a pesar que notó sus manos temblar—. ¿Quieres ir al baño?

Felix asintió, con Chan abrazándolo, como si fuera a caerse si lo soltaba, fueron hacia el primer baño que pudieron encontrar entre los pasillos del hospital.

Apartada, la señora Lee no pudo evitar sonreír, pensando con algo de gracia de que los niños crecían muy rápido.

Apartada, la señora Lee no pudo evitar sonreír, pensando con algo de gracia de que los niños crecían muy rápido

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